Solo en casa



Si dejas a un hombre solo todo el fin de semana en un piso coqueto del Eixample, es posible que se corte las uñas de los pies, que se afeite, que se duche, que se perfume, que busque una camisa planchada en el armario, que recoja la ropa sucia del suelo, que pase la escoba y la fregona por el parquet (con limpiahogar delicado de PH neutro, marca Bosque Verde –voy con cuidado), que sacuda los cojines del sofá rojo fuego, que vaporice con ambientador las habitaciones, que compruebe el equipo de música y la intensidad de la iluminación, y que busque en la agenda telefónica otra alma solitaria en la ciudad todo el fin de semana.

También es posible que no se corte las uñas de los pies, que no se afeite, que no se duche, que no se perfume, que no busque una camisa planchada en el armario, que no recoja la ropa sucia del suelo…

Que vaya a la cocina con sus pantalones viejos de cuando pesaba diez quilos más (se le caen), arrastrando las alpargatas. Que se caliente una pizza en la plancha (porque no le contaste cómo funciona el horno). Que saque una cerveza del congelador (había olvidado ponerla en la nevera -parece que hable de Homer Simpson). Que se tumbe en el sofá rojo fuego (con los cojines polvorientos) para asistir a la derrota del Barça contra el Real Madrid en las semifinales de la Final Four de básquet.

Que luego se sacuda la tristeza con Maleïts malparits, de Quentin Tarantino, en TV3 hasta casi las dos de la madrugada, bajando o subiendo el volumen, en función de los disparos y las detonaciones, para no molestar a los vecinos de abajo (una vez intentamos verla juntos, pero era demasiado larga para esas horas). Que se meta en la cama con la novela que le ha prestado el pequeño Hayden: El capità Calçotets i l’atac dels vàters parlants, de Dav Pilkey (desternillante).

Es posible que mañana se levante y se haga un café americano en la cocina, mientras busca en la ventana indiscreta a esa nueva vecina que tiende ropa en mini-shorts. Que haga tiempo hasta el partido de futbol entre el Barça y el Atlético de Madrid pensando si va a recalentar la pizza que sobró de ayer o si se la va a comer fría. Que ponga una cerveza en el congelador, porque nunca recuerda sacarlas a tiempo del armario para refrescarlas…

Cuando acabe el encuentro, seamos campeones o no, te prometo que me cortaré las uñas de los pies, que me afeitaré, que me ducharé, que me perfumaré, que buscaré una camisa planchada en el armario, que recogeré la ropa sucia del suelo… Que pondré un paquete de kleenex, una manzana, una botella de agua y la T-10 en la mochila y saldré a la Nit dels museus. Esta vez lo haré en solitario.

Visitaré de nuevo la exposición Metamorfosis en el CCCB (la que me ha sorprendido más en mi vida. Me parece imprescindible y no paro de recomendarla). Y, si mi pierna me lo permite (voy algo cojo por una distensión muscular), bajaré a les Drassanes para ver Vikings.

A esas horas, tú ya habrás regresado al sur, con Bego y los demás. Te llamaré, renqueante, para reventarte el final de Maleïts malparits y el argumento de El capità Calçotets i l’atac dels vàters parlants . Pero, más que nada, te llamaré para saber cómo funciona el horno.

No me gusta estar solo en casa.