Bicicleta



Primer día de mis vacaciones. Sábado.

Después de cenar, los Hayden me secuestran y me montan en su viejo Volkswagen. Aseguran que se me está poniendo cara de anciano y que necesito salir de vez en cuando para otras cosas que no sean pasear de noche con los auriculares en mis oídos. Así que el morro de su vehículo se adentra en la tormenta de rayos y truenos en el horizonte de la carretera, mientras viajo sentado en el asiento de atrás. Cuando llegamos a Tàrrega, el concierto al que queríamos asistir se ha suspendido por el mal tiempo. Pero los "Oques grasses" deciden actuar bajo un porche de la instalación municipal. Son de Torelló y parecen tremendamente jóvenes, mientras les acercan micros en ese concierto improvisado para que los podamos escuchar mejor. Los Hayden y yo pedimos una cerveza en la barra para no parecer los padres que van a buscar a los hijos entre esa pequeña multitud de modernillos. Muevo un pie a derecha e izquierda con esa música alegre y me doy cuenta de que hay otras cosas que hacer por las noches en lugar de escuchar tertulias radiofónicas deportivas.

Segundo día de mis vacaciones. Domingo.

Celebramos mi cumpleaños a destiempo (un día antes). Comemos aperitivo, ensaladilla y caracoles. Estamos toda la familia, menos el pequeño Hayden que es feliz en unos campamentos en una montaña del Berguedà (estoy seguro de que se ha acordado de su tío). Al atardecer salgo a caminar por el campo. Media hora después debo correr porque me amenazan unas nubes negras, con posible granizo. Son los inconvenientes de pasar unos días fuera de la ciudad donde todo permanece ordenado.

Tercer día de mis vacaciones. Lunes.

Nos hemos quedado solos el pequeño faraón Nil, mis padres y yo en la tierra de la niebla. El niño recibe clases de tenis por la mañanas, mientras mi madre hace la comida y yo lavo los cacharros mirando las marquesas del patio por la ventana de la cocina. A las dos del mediodía vamos al club para rescatar al niño en el viejo Ford de mi padre. Cuando llega a la granja de los caballos, Nil huele el aroma de los macarrones recién salidos del horno y se sienta aplicado en la mesa.

Cuarto día de mis vacaciones. Martes.

Recupero mi vieja bicicleta roja del garaje donde el tenista guarda su coche. Fue mi mejor compañera a finales del siglo pasado, cuando sólo la tenía a ella para refrescar mi vida, correr sobre su sillín y olvidar, mientras dábamos rodadas sin rumbo sobre charcos que nos manchaban de barro. Ahora está igual de atrotinada que yo: le falla un freno, la marcha corta hace ruido contra el cadenado y las ruedas tienen el dibujo gastado. Pero la saco del rincón bajo la escalera del altillo donde mi padre guarda su coche, le pego un manguerazo de agua fresca, la dejo secar al sol, me monto en ella y salimos a la calle en dirección al camino de Duran. Un par de kilómetros más allá, doy dos vueltas alrededor del sauce llorón con las piernas extendidas (siempre hay que hacerlo antes de saber si quieres recuperar el pasado).

Quinto día de mis vacaciones. Miércoles.

Voy a la tienda de Orange en la carretera. Busco una oferta de telefonía fija para mis padres que pagan mucho por lo que poco que hablan por teléfono. En el campanario de la iglesia son casi las seis de la tarde y en la tienda de marcos sigue el cuadro de Klimt con la mujer y el niño. Dejo un cigarrillo en la acera para Mónica. Me atiende una chica simpática llamada Olga. Es guapa, algo gordita y tiene don de gentes. Me convence con una oferta de poco más de diez euros para el tenista y la señora Sofía. Se lo cuento a mis padres a mi regreso a la granja de los caballos, antes de tomar la bici y notar que hay músculos en mis piernas que creía desaparecidos. Sufro en las cuestas de los puentes.

Sexto día de mis vacaciones. Jueves.

Voy en bicicleta a las pistas de tenis municipales. Mi padre y el pequeño faraón Nil están enfrentados a ambas partes de la cancha. Los observo tras la reja metálica, mientras una cigüeña intenta esquivar los pelotazos demasiado bombeados de mi sobrino que se extravían invariablemente entre unos arbustos. Hasta que entro en la pista y agarro al niño por la cintura. Tomo su brazo izquierdo (es zurdo) y le enseño a empuñar la raqueta, a liftar, a cortar, a hacer un drive o un mate, en una lección de cinco minutos. Asegura que lo ha entendido todo perfectamente, pero sus pelotazos se dirigen nuevamente hacia la pobre cigüeña que nos sobrevuela y vuelven a caer derrotados en el extrarradio de la pista. Mi padre suda, pero parece feliz. Luego, los dos tenistas recogen las pelotas, las raquetas, las bebidas isotónicas, las gorras... El pequeño faraón Nil tiene siete años y su abuelo setenta y nueve.

Séptimo día de mis vacaciones. Viernes.

Creo que hacía dos años que no nos veíamos. Llego frente a su clínica en mi vieja bicicleta. Doy dos vueltas frente a su negocio (siempre hay que hacerlo antes de saber si quieres recuperar el pasado). Me recibe su hermano con la bata verde del trabajo y me hace bajar al despacho de mi amigo veterinario. Me asomo por el marco de la puerta de su consulta. Él sonríe como si no hubieran pasado dos años o quizá porque pasaron. Parece mucho más viejo que en su fotografía de la orla universitaria que hay en la pared a su espalda, pero él debe pensar lo mismo de mí. Compartimos recuerdos, novedades, inquietudes... hasta que suena mi móvil. Es el tenista. Me esperan para cenar desde hace una hora en la granja de los caballos. Nos intercambiamos emails con ese hombre que cuida animales y nos damos una palmada en la espalda (somos dos grandes tímidos) para despedirnos. Él vuelve a entrar en su clínica para acabar con los sufrimientos de una perra anciana.

Octavo día de mis vacaciones. Sábado

Dejo al pequeño faraón Nil en casa de sus abuelos. Se queda un semana más, de manera imprevista, en la tierra de la niebla. Y yo retorno la vieja bicicleta roja bajo las escaleras del altillo del garaje donde mi padre guarda su Ford, para que no tenga que hacerlo él. Mis pequeñas vacaciones se han acabado y en la estación de tren, pendiente de mi convoy de las cuatro y media, pienso que tengo suerte en la vida de contar con toda esa gente.

PD: Cuando llego a Barcelona, abro el ordenador. Tengo un email del hombre que cuida animales. Es bonito lo que me escribe. Entre otras cosas, me cuenta que la perra murió sin dolor y que le ha gustado mi reaparición en su vida.

PD2: Me he convertido en un seguidor de "Oques grasses".

Pequeñas vacaciones



Tengo la maleta negra preparada en el suelo. Dentro hay una novela de Tom Sharpe por estrenar, aunque alguien la leyó antes que yo; un par de cuentos inéditos en un netbook para contárselos al niño en el sofá de la granja de los caballos o caminando por el campo; crema solar; un bañador chulo del año pasado; la receta del bacalao al horno con una base de escalivada y una costra de allioli, que le voy a enseñar a preparar a mi madre; las gafas de recambio; el monedero con más de quince euros; la bolsita con tabaco de liar, papel y boquillas; la libreta con proyectos...

Mañana me marcho una semana a la tierra de la niebla con el pequeño faraón Nil. Hoy me ha contado por teléfono que tiene ganas de hacer sus clases de tenis por las mañanas en ese club que también tiene campo de fútbol y piscina. Luego quiere comer macarrones, canelones o berenjenas rellenas de carne de la señora Sofía porque llegará hambriento a casa. Después me ha pedido un poquito de siesta y, cuando se despierte,  quiere ir en bicicleta conmigo a pasear entre los frutales, junto al canal, y descubrir todo eso que le enseñé a su hermano mayor hace tiempo.

Me decía esas cosas con urgencia esta noche por teléfono. Su piso olía a los creps que preparaba su padre para cenar y debía ir a la mesa. “Adéu, tio, fins demà”.

Nunca he estado de vacaciones con el pequeño faraón Nil y mis padres. Los cuatro a solas. Pero creo que irá bien.

Luego he hablado con el pequeño Hayden. Él se marcha quince días de colonias. Se lo va a pasar en grande, pero tiene un poco de envidia de su hermano. “Tio, no el portis al llac dels cocodrils, d’acord?”. “Tio, no el deixis disparar amb l’escopeta d’aire comprimit, d’acord?. “Tio, no el portis a plegar caragols, d’acord?”.

Más tarde me ha entrado otra llamada telefónica. El futbolista ha mejorado un poco. Y me parece que la próxima semana va a ser mejor que la anterior para todos. De eso se trata.

La maleta negra está en el suelo. Mañana viajo con ella.