Agosto



El Turó Parc se convierte en mi oasis de agosto cada año por estas fechas. Da gusto llegar a ese recinto con árboles, fresco y solitario, tras recorrer sudando toda la calle Madrazo con mi mochila Adidas en el hombro y tras respetar con paciencia todos los semáforos en rojo, aunque el sol me golpee la cara y no vengan coches de frente por Balmes, Aribau o Muntaner para intentar atropellarme sobre ese asfalto que el sol funde.

Tras las vallas del parque, me refresco la cara en la fuente de la entrada y luego puedo elegir un banco donde sentarme porque la mayoría están vacíos en agosto. No vive nadie en Sant Gervasi cuando son vacaciones. Hoy apenas paseaban por allí una pareja con un cochecito Jané y una sudamericana que arrastraba la silla de ruedas de una anciana de cabellos blancos que ya no mira su agenda. Abrí la botella de cincuenta centilitros de agua de Viladrau que me acababa de comprar en el Caprabo, mientras contemplaba las largas piernas de esa chica rubia que hacía caminar a sus tres Yorkshires a toda marcha ("vinga, vinga, vinga"), difuminada tras el chorro de la cascada.

Entonces se acercó una mujer de unos setenta años, vestida de un blanco elegante, y se sentó en mi banco vecino para hacer crucigramas. Seguía siendo muy atractiva a su edad. Mientras rellenaba casillas en su revista, controlaba a su perro de raza indescifrable y que parecía mucho mayor que ella. Observé cómo husmeaba la hierba y vi que le faltaba un ojo. Le acaricié el lomo cuando vino para olerme los pantalones. Movió la cola y me regaló su media mirada. Contento.

Un padre joven, con gafas de pasta, ayudaba a su crío de pocos meses a no caerse mientras tropezaba por los senderos del parque para acariciar al perro tullido, que volvía a estar sentado entra las piernas de la mujer elegante, hasta que consiguió tocarle la cabeza mientras le decía: "Apo, apo". (imagino que le llamaba "guapo"). La señora se puso sus lentes de leer sobre el cabello corto y blanco y sonrió ante esa escena tierna, como si entendiera del paso del tiempo, de edades, de lo simple o complicada que es la vida.

Luego, volvió a entretenerse con sus crucigramas, mientras el padre con gafas de pasta retornaba a la mesa del pequeño bar, en las entrañas del parque, arrastrando al bebé. Allí, su esposa, rubia como el hijo en común, tomaba un vermut blanco a media tarde. En silencio. Aburrida.

Me levanté del banco con esas imágenes y me marché del oasis de agosto en que se convierte el Turó Parc cada año por estas fechas. Me alejé por la calle Madrazo, volviendo a sudar, con mi mochila Adidas en el hombro y tras respetar todos los semáforos en rojo aunque no vinieran coches de frente por Balmes, Aribau o Muntaner para intentar atropellarme sobre ese asfalto que el sol fundía.

PD: Avui dos posts (o dos pots). Em sembla que us començo a trobar a faltar.

Instant



A les festes de Gràcia, concretament al carrer Joan Blanques, concretament quan falten uns minuts per la una de la matinada, concretament el dia disset d'agost, concretament quan l'orquestra toca una peça brasilera, dos homes es venten amb dos ventalls negres repenjats a la paret d'un edifici, como si fossin una versió moderna de Locomía. Però només és perquè fa calor, encara que tres noietes molt joves es girin per tornar a veure aquell parell de mamífers mascles de gairebé cinquanta anys fent girar el canell a tota velocitat. Es deuen pensar que són amants. No s'han fixat que, asseguda a la vorera, entre els peus de tots dos, hi ha una noia de cabells molt negres i dents molt blanques. Somriu com si fós la Marilyn Monroe de Ningú no és perfecte.

Aquella nit, a les festes de Gràcia, ella semblava feliç amb nosaltres, concretament al carrer Joan Blanques, concretament quan faltaven uns minuts per la una de la matinada, concretament el dia disset d'agost, concretament quan l'orquestra tocava una peça brasilera. I aquell instant ara ja l'he d'escriure en un temps verbal que implica el passat.

PD: Curtet, com li agrada al Miquel.

Postal



Cada verano tiene sus imágenes. A veces estás solo y no te queda otro remedio que memorizarlas. En otras ocasiones te acompaña una chica y su fotógrafo profesional (un modernillo con camiseta de rayas piratas y gafas de sol reposando sobre su melena de rey león), y luego recibes el álbum completo por email.

Este verano de 2012 ha sido el de Thaís. La primera imagen con ella está tomada en la plaza de les Dones del 36 (barrio de Gràcia, Barcelona) una noche del pasado mes de julio. Ella acababa de llegar de Bauru (Brasil) y nos habíamos comprado dos focaccias aceitosas en el Pizza Ràpid por siete euros. Nos entreteníamos, arreglando el mundo, con los pies bajo el culo en un banco de madera, cuando me fijé en que los suyos eran muy grandes. Seguí con la mirada el resto de su cuerpo hasta comprender que Thaís es una mujer alta. Siempre la había visto como esa amiga de hace tiempo, nunca como esa mujer elevada que ahora tenía a mi lado. Me pregunté si los amigos tienen físico o si eso queda para el Meetic.

Después de limpiarnos los labios en una fuente que costaba hacer brotar, Thaís me pidió de postre que saltara en un trampolín para niños en ese espacio público. Era su única ilusión para esa noche: mirarme hacer el tonto para ella. Obviamente, yo no soy un payaso, así que le exigí cinco euros por el espectáculo. Los tengo guardados en la hucha del cerdito. Es el dinero más fácil que he ganado en la vida por un minuto de mi tiempo haciendo el ridículo. Fue la segunda imagen de este verano de 2012.

Con Thaís, esos días, aprendí a no tropezar en los espejos de la tienda del Barça en el Camp Nou, pensando que eran la entrada a otra sala (tercera foto). Entendí que hay que subir la palanca del helado de nata en el Fres-co cuando ya tienes bastante cantidad en la taza, para que no se monte un caracol gigante de color blanco entre tus pies (cuarta). Descubrí que las frambuesas huelen bien en el mercado de Galvany (quinta). Supe que cuando ella hacía shttt, shttt con una colonia de mujer en su mano, para perfumar mi nuca en El Corte Inglés, lo hacía con su boca, de broma, aunque luego yo sintiera que olía a señora toda la tarde (sexta). Vi que, con el pequeño faraón Nil -en el zoo, ese jueves-, ella será una excelente madre (séptima). Thaís hizo una pequeña siesta en mi sofá africano, sin pretenderlo, sobre las piernas del CuxiCu (el fotógrafo), mientras él y yo hablábamos con timidez (octava -esa la hice yo). Ella se subió conmigo en su primer tranvía europeo (novena y última foto, porque el retratista se marchó de viaje a alguna parte con mi amiga brasileña sin permitir que llegáramos a la décima imagen. Me hubiera gustado hacerla en la playa).

Días después, Thaís regresó a Barcelona. Llegó un metro a la estación de Fontana que nos condujo hasta la Renfe de Sants en esa tarde calurosa, cargados con su equipaje transoceánico. Después apareció un tren al aeropuerto. Nos perdimos en la terminal A (desierta), hasta que descubrimos que había que ir a la T1 con el bus lanzadera que debía recorrer unos diez kilómetros. A Thaís le quedaban dos horas en Barcelona. Facturó el equipaje y consiguió la tarjeta de embarque. Nos fuimos al territorio de los bares. Pidió un bocadillo de tortilla de patatas y yo un café. Saqué un brick de gazpacho de mi mochila (la vuelve loca ese alimento) y fue feliz con ese simple detalle de despedida en esa tarde en que las fotografías fueron sólo recuerdos memorizados.

Thaís es más fuerte que yo a la hora de decir adiós. Esa tarde de principios de agosto, me abrazó duro (yo no sabía qué decir). Después, me tomó una mano un ratito, entre las suyas, y me sonrió antes de irse al control de aduanas.

Me giré para verla. Era más alta de lo que recordaba y su cabello rizado dibujaba serpientes en su espalda. Salí al exterior del nuevo aeropuerto. Prendí un cigarrillo antes de buscar un autobús-lanzadera que me llevara a la terminal A, para encontrar un tren que me condujera a Sants Estació y conseguir un metro que me acercara a la estación de Fontana (línea verde). Llegué a casa, mientras ella comenzaba a volar de regreso a Bauru. La vi pasar por el cielo de mi balcón.

PD: Thaís ha elegido la música. Yo quería algo más potente, pero esa chica es más de canciones para dormir :-)

PD2: Esa noche de mediados de julio, en la plaza de les Dones del 36, le devolví los cinco euros de la apuesta a cambio de que ella también hiciera el payaso. Mi hucha sigue vacía.