Comisaría



Me gusta salir a la calle cuando hace calor en mi piso y que corra allí la brisa al terminar el día. En la mochila llevo una mandarina, una pera y una botella de agua. Cuelga de mi hombro izquierdo. En el derecho llevo una cartera con un ordenador portátil en el que ha entrado un ladrón. Delante de mí hay una cuesta por la que nunca me he adentrado: la avenida de Vallcarca. A mi espalda está la sombra de la mujer de los mares del sur que quiere adelantar a la mía por la acera, sin conseguirlo (soy el Correcaminos). El aire despeina su flequillo de asiática, mientras me pide que vaya más despacio.

Buscamos una comisaría de policía para poner una denuncia en ese territorio desconocido en el que no vive ningún amigo nuestro que nos pueda echar una mano si nos atacan los indios o si se nos rompe un zapato.

La pendiente es cuesta arriba, pero me cansa menos caminar por un sitio abrupto y no pisado jamás que hacerlo por los lugares de siempre.

Encontramos rincones que huelen a flor de azahar, casitas unifamiliares con un toldo en el patio para invitar a una paella, el ómnibus 27 que sube vacío y renqueante bajo el puente de Vallcarca, gente con gafas de pasta a los que preguntamos por la comisaría y nos indican amables con movimientos de sus brazos.

Y, cuando ya estamos a punto de llegar, me detengo junto a una fuente. Allí abro mi mochila y espero a que la sombra de la mujer de los mares del sur alcance la mía. Me pongo la mandarina en la mano derecha y la pera en la izquierda. Le pido que elija. Luego ella abre el grifo y lava esa fruta con forma de bombilla.

Entramos en la comisaría, pero hay cola para poner denuncias. Así que salimos a fumar un cigarrillo en la avenida de Vallcarca. Corre la brisa, que despeina su flequillo asiático, y en los balcones se encienden la primeras luces mientras anochece. Unas chicas hacen la danza del vientre en el patio de una escuela vecina. Parecen guapas y alegres. Estoy a gusto allí, fumando, con las pìernas estiradas, en ese Finisterre. Despatarrado. Pero la mujer de los mares del sur me toca el hombro y me dice que debemos entrar para regresar a la mísera realidad de denunciar las injusticias a las que se ha visto sometido su ordenador. Le pego una última calada al pitillo, lo apago en un cenicero de color gris y entro tras esa sombra suya que ya ha adelantado a la mía.


Deu vorejar la jubilació. El vigilant del pàrking és magre de cos i té una bona mata de cabell. L'acompanyen dos gossos petaners que tots plegats no farien ni un parell de quilos a la bàscula. Ignoro què poden defensar amb el seu pes ploma. Els miro a tots tres quan torno carregat amb les bosses del Mercadona per aquell indret tan estret i silenciós, suant per les aixelles. El vigilant em retorna la mirada i, ràpidament, la desvia cap a la tele, com si no volgués molestar-me.

A l'hivern i a la tardor, l'home prim es queda a la seva caseta mirant el petit aparell de televisió que té per passar l'estona, i els dos animals fan un cabdell damunt una manteta que hi ha a l'entrada del pàrquing del carrer de Santa Rosa.

A l'estiu, ell treu la cadireta de càmping a la vorera i els dos gossos petaners, que tots plegats no farien ni un parell de quilos a la bàscula, jeuen sota el cul del vigilant de cotxes. Dues portes més enllà hi ha un local de moda, el Bonobo, regentat per gent de la tele; personatges famosos que surten a la petita pantalla i encara tenen edat de voler-se menjar el món.

El vigilant del pàrking no es vol menjar res. És aliè a tot allò. Només té cura dels seus dos gossets que té la sort de poder-se emportar a la feina mentre mira que els vehicles surtin sense fer mil maniobres en aquell carrer tan estret. Fa senyals de controlador aeri, movent mans a dreta i esquerra. I després, quan no té clients, em mira carregat amb les meves bosses del Marcadona i jo el miro. I tots dos desviem la vista cap a terra.

La seva vida és a punt de trobar el botó de la pausa. La meva encara no. Si tingués un cotxe per aparcar, deixaria que em guiés per aquella rampa amunt o avall i després, ja a peu, parlaria amb ell, del temps, de política, del món... Té una mirada sàvia i, segurament, moltes coses a dir que només escoltaran els seus gossos. Un és blanc, amb taques fosques. L'altre, marronet.

PD: Felicitats, Bruc. Tu tampoc peses massa, però tens tracció a les quatre potes, treus la llengua content i fas de ventilador. És el meu petit regal per a tu, ara que has fet deu anyets. Espero que visquis molts anys més (sense mossegar).

Entente cordiale



Apreciado Artur Mas, presidente de Catalunya; apreciado Mariano Rajoy, presidente de España; apreciado Herman Achille Van Rompuy, presidente del Consejo Europeo; apreciado José Manuel Durão Barroso, presidente de la Comisión Europea; apreciada Angela Merkel, canciller alemana. Apreciados señores políticos, apreciados banqueros, apreciadas eminencias varias.

Sé que son muy honorables y ejercen de grandes hombres (o mujeres -siempre utilizo el genérico masculino, disculpadme) de Estado. Sé que están por encima de nosotros y sólo les preocupa mejorar nuestro destino. Pero aquí debajo, como hormiguitas, seguimos millones de personas esquivando las pisadas de sus botas de campo, cuando antes éramos cigarras panza arriba, tostándonos al sol. Lo sé, es nuestra culpa. (Hablo sólo de nuestros pecados y no de los suyos para intentar establecer una entente cordiale entre ambas partes.)

Ustedes reman para que no nos ahoguemos en esa marea de recortes. Hacen lo que pueden, soy consciente de ello. Pero, ¿se han planteado algo tan sencillo como eliminar las cuotas de la Seguridad Social y el IRPF durante un par de años a los emprendedores? Cobren sólo el IVA que generen esos trabajos. Ingresarán dinero extra y se ahorrarán un montón de subsidios por desempleo.

No es una idea mía (por supuesto). La aplicó Sarkozy en Francia en 2008 y se adhirieron al proyecto 700.000 personas. Creo que ellos están mejor que nosotros (esos gabachos a los que admiro tanto -soy francófilo).

Aquí hay mucha gente con iniciativas, con ganas de hacer cosas (muchos no necesitan ni créditos bancarios). Pero también tienen miedos e incertidumbres antes de comenzar una actividad por culpa de ese bombardeo diario de negatividades en los medios de comunicación.

Conozco a jardineros, médicos, modistas, policías, administrativos, agricultores, editores, músicos, periodistas, empresarios, veterinarios, comerciales, encuestadoras, abogadas... que saben hacer muy bien su trabajo y tienen ganas de remangarse la camisa. Sé de un par de proyectos que están pendientes de eso, de ponerlo sencillo, de recibir un golpecito en la espalda, de un cierto positivismo que no se ve por ninguna parte. Incluso yo daría un paso adelante.

Apreciado Artur Mas, presidente de Catalunya; apreciado Mariano Rajoy, presidente de España; apreciado Herman Achille Van Rompuy, presidente del Consejo Europeo; apreciado José Manuel Durão Barroso, presidente de la Comisión Europea; apreciada Angela Merkel, canciller alemana. Apreciados señores políticos, apreciados banqueros, apreciadas eminencias varias.

Pónganlo fácil y entre todos arreglaremos la situación. No nos traten como a hormigas, trátennos como a elefantes y tiraremos del carro. No nos encorseten, ni nos ahoguen. No nos consideren como sus súbditos, véannos como sus colaboradores. Es tan sencillo como eso.

Y no les voy a pedir que dejen de pensar en sus resultados electorales. No les voy a recordar que estamos cansados, muy cansados, de sus privilegios y de sus mentes poco preparadas para dirigir un país. No voy a asegurar que se mueven sólo para mantenerse en su escaño, en la silla de su consejo de administración o en el asiento de avión rumbo a Bruselas. Ante todo, quiero mantener esa entente cordiale con ustedes, emintentísimos señores.

Nos necesitan más de lo que creen. Y nosotros también a ustedes (de momento).

Apagar la luz



Últimamente me quedo en la cama todo el día, con la persiana bajada. Sólo salgo a la calle a por tabaco, sin afeitar y tras sacar una camiseta sucia del cesto de mimbre. El fondo de la bañera está reseco, como las plantas del balcón y mi ánimo. Las hormigas caminan libres por la nevera desconectada y con la puerta abierta, en busca de restos de algo comestible. Ya ni me apetece ir al campus de la UPF para agradecer ese buen tiempo que, de repente, ha hecho brotar una infinidad de falditas cortas sobre el cesped.

Últimamente me quedo en la cama todo el día, con la persiana bajada, pensando en los peñascos del Montsec, en comprar un bidón de gasolina aunque no tenga coche, en la pena que me da no disponer de una cocina de gas, en sacar una cuchilla del paquete de hojas de afeitar, en la barandilla del puente Calatrava, en robarle la pistola al sargento Hayden, en nadar en el mar hasta alcanzar el horizonte, en disfrazarme de elefante y saltar el muro del palacio de la Zarzuela.

Me angustia seguir todavía aquí, desde que el sábado pasado caminaba de la mano con el pequeño faraón Nil por un camino de la tierra de la niebla bordeado de espigas y amapolas. A cien metros se veía una masía con dos cipreses erectos en la puerta de entrada. Quise llegar a ese lugar, con mi sobrino de cinco años, para pedir un poco de agua. Hacía calor y estábamos sofocados. Entonces, y sin venir a cuento, el pequeño faraón Nil me dijo que se había hecho del Real Madrid. "És que han guanyat la lliga, tio, i ara són el millor equip del món". Y se quedó tan ancho, mientras yo notaba una sensación helada en el pecho, a pesar de los treinta grados de temperatura en mitad del mes de mayo.

Ni las recesiones, ni los recortes, ni los rescates me habían abatido tanto.

Devolví al niño a la granja de los caballos, aunque nuestras manos ya no estaban unidas, y sólo se escuchaba el sonido de las ramas de los plataneros balanceadas por el viento y nuestros pasos sobre la hierba. Ninguna palabra.

Desde entonces me quedo en la cama todo el día, con la persiana bajada, y busco el interruptor para apagar de una manera definitiva esa bombilla de 25 vatios que cuelga pelada del techo y que se ha convertido en una metáfora de mi vida, que ya no es vida.

Compás



Con un compás, trazo un círculo chiquito alrededor de mis pies y me pregunto con qué lo he rellenado este jueves que haya valido la pena. Hoy me ha sonreído, por primera vez, esa chica alta con la que me cruzo por la calle de vez en cuando desde hace diez años por el barrio de Gràcia. Los dos vamos despistados por la vida con una mochilita negra en el hombro y la mirada en el suelo. Nos tenemos vistos, pero nos cruzamos en silencio. Como monjes. Este jueves la he visto pasar por la acera de enfrente, mientras esperaba que mi semáforo se pusiera en verde y ella, de repente, ha girado su cuello, me ha mirado y ha dibujado algo alegre con sus labios por primera vez. Sé que son complicidades adolescentes en nuestra edad adulta, pero hoy han llenado ese arco trazado por el compás, alrededor de mis pies, que estaba vacío. Se ha acabado de completar cuando he pasado frente a una entidad sin ánimo de lucro con la inscripción "Contes pel món" en una vidriera que mostraba paredes de piedra y unas mesas con sillas vacías. He puesto marcha atrás y me he anotado su web para intentar colaborar con ellos.

En el círculo un poco más amplio de ayer miércoles, dibujado alrededor de mis pies con un compás, pondría una llamada de teléfono a deshoras de la mujer de los mares del sur que está aislada y pide que le manden una barca de auxilio, mientras intenta salvarme de mi naufragio.

Tomo el compás con mis manos y agrando su radio al pasado martes. Trazo el círculo alrededor de mis pies y en él está el rostro de mi madre que me dice adiós en el pasillo de la granja de los caballos tras pasar cuatro días en la tierra de la niebla, mientras mi padre me espera en la calle con el motor en marcha de su Ford-T para acompañarme a la estación de trenes. Sé que los voy a añorar, como seguramente me van a extrañar ellos a mí, en esas capas de cebolla con las que nos vamos cubriendo los unos a los otros para no sucumbir a tanta intemperie. En esos círculos de compás que trazamos alrededor nuestro y que necesitamos rellenar cada día que existimos con gente querida.

PD: Añoro la capa de cebolla de la mujer elegante. Mucho más de lo que ella cree.
PD2: Gràcies per la música Francesca.