Navidad en el Turó Parc

El año pasado decoré el blog con una Santa Claus ligerita de ropa. Este año me he moderado.

Cruce de caminos



Esta tarde había quedado con la mujer elegante para caminar un rato, como hacemos habitualmente desde hace un par de meses, un par de veces por semana. Por rutina. Para que yo aligere el peso de mis problemas. Me acompaña a pasar de largo, a toda pastilla, por esos escaparates ante los que me detendría. Escaparates de pastelerías, de tiendas de ropa, de juguetes (porque debo comenzar a pensar en los Reyes Magos de mis sobrinos -no le digáis a nadie que los Reyes son los tíos).

Esta tarde había quedado con la mujer elegante para caminar un rato. Pero no ha aparecido en el punto de encuentro (suele ser el Turó Parc). Me ha llamado para disculparse. Le había surgido un imprevisto. Pero me ha pedido que caminara solo, que no frenara el plan de mi adelgazamiento emocional.

Así que he pasado de largo, a toda pastilla, por esos escaparates ante los que me detendría. Escaparates de pastelerías, de tiendas de ropa, de juguetes (porque debo comenzar a pensar en los Reyes Magos de mis sobrinos -no le digáis a nadie que los Reyes son los tíos).

Un semáforo estaba en rojo para los transeúntes, en el cruce de Madrazo con Balmes. Miraba el disco, esperando que se pusiera en verde, cabreado, sin entender esa lentitud. ¿Por qué los semáforos para peatones tardan tanto tiempo en dejarnos pasar? He bajado la mirada y me he cruzado con la de ella.

Era una niña. Me observaba, con la raqueta de tenis colgada en su hombro derecho. Llevaba una coleta rubia y alta, atada con una goma marrón. Debía tener unos diez o doce años (soy malo poniendo edades). Me ha sonreído, y ha elevado los hombros, como si ella no fuera la responsable de los semáforos municipales. Como si fuera una víctima como yo de esa espera.

Me ha hecho sonreír, a mí que no sonrío nunca. Me ha gustado ese segundo de complicidad con alguien de otra generación. Con una niña que me enseñaba a tener paciencia. Con alguien con quien no volveré a cruzarme, pero que con ese gesto me ha alegrado este dos de diciembre. No jugaré con ella a tenis. Muy probablemente, me ganaría, porque estoy desentrenado.

Se ha alejado mirando escaparates de pastelerías, de tiendas de ropa, de juguetes (porque debe comenzar a pensar en los Reyes Magos -aunque ya debe saber que los Reyes son sus tíos).

Se ha alejado como se aleja siempre la mujer elegante, cuando nos despedimos tras vermos dos veces por semana. Nunca mira atrás en el escaparate del ómnibus, mientras busca un asiento.

Ella sigue siendo una niña gamberra. Soy malo poniendo edades. El martes pasado, la mujer elegante aparentaba diez o doce años. Arrastraba su paraguas por el suelo, con una mochila en la espalda, y los mofletes resoplando tras nuestro paseo largo para aligerarme de mis problemas. Estaba guapa. Estaba divertida. Estaba agotada de cuidarme. Llegábamos a la parada de metro Verdaguer. Sólo nos quedaba un semáforo en rojo. Tardaba en cambiar de color. Ella me miró. Y elevó los hombros, fastidiada porque no la dejaba cruzar hasta que no estuviera en verde (la tenía agarrada de la chaqueta). Me hizo sonreír.

Me l'estimo molt.

PD: He descubierto la música de Hindi Zahra en el blog de Joana. L'he copiat, sense demanar-te permís.