Antes de 2009


Nevaba en Navidad en la ventana del comedor de la tierra de la niebla, y todos parecíamos felices en la mesa. La sombra de Melahel se mantenía erguida tras los cristales tintados de la puerta de la granja de los caballos que da a la calle. Me aguardaba con paciencia, y dos paraguas en la mano, a que acabara de destripar canelones en la comida familiar. Después del café, salí a rogarle que esperara todavía un momento, porque vestiría con ropa de nieve al pequeño Hayden. Pero su madre bajó las escaleras a toda prisa para preguntarme si estaba loco, que el niño se iba a resfriar. El ángel Melahel me miró sin decir nada, porque él no habla, afirmándome con un gesto de sus manos que deberíamos ir solos a caminar sobre la nieve. Los copos caían densos, como en un cuento soñado por niños.

Dejamos nuestras huellas grandes en esos caminos vírgenes junto al canal, con nuestros abrigos largos, protectores, y las bufandas elaboradas por manos amigas. Hacía días que necesitábamos un afeitado, y el viento salvaje atraía los copos de nieve a nuestras barbitas a medio construir. Él parecía Lee Marvin y yo Ernest Borgnine, rumiando un atraco en un western clásico. Nos detuvimos bajo un manzano desnudo de hojas, y le ofrecí tabaco. Nos hemos pasado a los cigarrillos de liar por la crisis (Melahel a la fuerza, por simbiosis conmigo). Salen mucho más baratos. Nos despojamos de los guantes e iniciamos la ceremonia de hacer rodar las hebras por el papel. Hasta conseguir algo parecido a un pitillo. Temblábamos bajo los frutales. Él me mostró sus dedos congelados, con una sonrisa en sus ojos claros, enmarcados por un contorno de viejas arrugas. Nos pusimos de nuevo los guantes y tragamos humo de la picadura recordando que éste no había sido un mal año, mientras escupíamos los hilillos del tabaco sobrante. Han aparecido ángeles (como Melahel) en mi vida. Y los he sumado a los que compartían antes mi existencia.

Él y yo recreamos, dibujándolos con bocanadas de humo alternativas (como regalándonos cortometrajes), un viaje improvisado a Vilassar de Mar acabándose ese domingo de abril, una tarde en los jardines del Palau Robert por Sant Jordi (con libro robado), un paseo por el Turó Parc en un intermedio de un festival de música moderna (de esa que no se baila en pareja) a finales de mayo, unas tapas en Poble Nou cuando todo estaba cerrado esa noche de julio, una tarde de ese mismo mes en la plaza de la Revolució de Setembre de 1868 en que se regalaban besos, los sinpas de agosto y una noche disparando dardos en las fiestas de Sants, Pi-leau (en el puerto) y Sisa (con cervezas granizadas) por las fiestas de la Mercè de septiembre, un atardecer de finales de octubre en una estación aislada de autobuses -rumbo sur, un dormitorio en un altillo tras las persianas de un taller mecánico en noviembre, un paseo por el Mercat de Sant Antoni una mañana de domingo soleado de diciembre empujando un carrito lleno de libros, una noche de hace poco en la terraza de un hotel mirando pasar la gente por el paseo de Gràcia.

Esa tarde de nieve en Navidad, le dije a Melahel que ya bastaba de nostalgia, que debíamos regresar a casa porque en el canal Barça Televisió pasaban la repetición (del pasado verano) del Barcelona Atlètic-Barbastro de ascenso a segunda B. Apagó su colilla en el suelo congelado, junto al tronco de un manzano viejo. Y caminó conmigo de regreso a la granja. Fastidiado. Dejando su rastro invisible de ángel en la nieve de la tierra de la niebla. Espero que me acompañe este nuevo año. Me he acostumbrado a su presencia.

PD: Que tingueu un bon 2009. Que us vagi tot de cara. I seguiu escrivint. Busqueu una miqueta de temps per fer-ho. Em feu falta tots plegats, igual que l'àngel. Ilse ya te pasaré la traducción por email :-)

Cásate conmigo II


Hace unas semanas escribí un post pidiendo propuestas de blogs que os gustaría que se hermanaran, que sus autores se leyeran, que se descubrieran porque habitan un universo común. Tuve respuestas, y decidí celebrarlo con un encuentro.

Ayer por la tarde Melahel y yo sudamos extendiendo una pesada alfombra roja en la acera frente al teatro principal de Blogville (copyright de Violette). Dispusimos el photo call en el vestíbulo (con un único logo patrocinador: HFC - Harén Fútbol Club). Organizamos el front row, esa primera fila del teatro en la que se sentaría la gente que escribe, pero que no iba a desfilar por la alfombra porque nadie los ha elegido (y eso me apena). El ángel y yo cuidamos los freebies (pequeños detalles en forma de botellita de cava y canapés) para ellos, en compensación. Hace días mandamos un dosier de prensa a los medios especializados, y los plumillas y los fotógrafos llegaron con mucha antelación al pool, exigiendo tentempiés, mientras Melahel y yo fumábamos exhaustos, escondidos en el kissing room.

A las nueve en punto de la noche apareció la primera limusina. Descendieron del brazo Mirielle y Martí. Ella con vestido de terciopelo rojo de Carolina Herrera. Él con traje oscuro de Jil Sander. Los flashes contrajeron sus retinas frente al photo call. Esa era mi propuesta de pareja bloguera.

Para Rita, vestida de Aghata Ruiz de la Prada, la pareja éramos Emily y yo. Ella desfiló con un un vestido en degradé de Karl Lagerfeld para Chanel, y yo ataviado de rebajas. Como Emily y yo teníamos nominaciones para emparejarnos con distintos autores de blogs corrimos tras el photo call, como en las películas de indios, para aparecer de nuevo en escena agarrados a otros brazos.

Para Emily, las parejas eran ella con MK o con Rita. Desfilaron las tres por la alfombra roja. Emily continuaba de Chanel. Y ellas lucían el mismo modelo de Ágatha Ruiz de la Prada, un vestido blanco volante sin mangas, con efecto nido de abejas. Se observaban de reojo con un supuesto rencor por esa coincidencia, mientras los chicos de la prensa las inmortalizaban con sus cámaras.

Violette, que llevaba un wrap dress rojo intenso de Diane Von Furstenberg, declaraba en matrimonio los blogs de Arare y el Veí de Dalt. Ella lucía un vestido negro con escote bañera y flor roja de Yves Saint Laurent. Y él un trajecito de hace unas temporadas de Moschino. Después corrió como un indio porque debía aparecer de nuevo frente al photo call.

El Veí de Dalt me propuso como pareja de baile. Paseamos juntos del bracito unos instantes sobre la alfombra roja, con una sonrisa hipócrita. Pero cuando se fundió el último flash nos soltamos inmediatamente para darnos la espalda. Continuaba con su traje demodé de Moschino, y yo iba como podía.

Menta Fresca, con vestido de muselina beige de Yves Saint Laurent, quería ver desfilar a Diana con Striper. Ella inició su paso por la alfombra con un traje turquesa de Galiano, con mangas tres cuartos. Y él iba de Miu Miu.

Xurri desfiló conmigo, un poquito al menos. Ella se decantó por un diseño de Bottega Veneta gris piedra, con finos pétalos en tres dimensiones.

Para Khalina, que mostraba un vestido de noche negro y rosa de tercipopelo y satén de Yves Saint Laurent, la pareja ideal (que aparecía ahora sobre la alfombra) eran Estrip y Lena. Ella con un vestido negro estilo años ochenta de Balenciaga. Y él uniformado de Oscar de la Renta.

MK (permanecía vestida de Ruiz de la Prada, con el nido de abejas intacto) quiso hacerme desfilar de nuevo con Emily. Salimos de nuestro escondite tras el photo call y pisamos de nuevo la pasarela.

Joana, con un vestido de tartán estampado en gasa de D&G, ofreció dos propuestas de parejas que descendían ahora de las correspondientes limusinas: Puso los pies en la calzada Iruna seguida por Xexu. Ella llevaba un vestido babydoll de Miu Miu. Y él un traje de Bally.

La segunda propuesta de Joana era Tondo Rotondo y Zel. La chica paseó un vestido tipo blusón de Preen con cuadros estilo cowboy. Y él un impecable traje de Cerruti.

Atikus acudió con un modelo de Gianfranco Ferre para elegir su pareja de blogueros. Se decantó por el lateral zurdo y MK. Él vestía de Gucci, y ella con el nido de abejas.

M, vestida con un discreto traje de Yves Saint Laurent, de chaqueta gris con un maxicinturón de cuero, me invitó a aparecer de nuevo en escena para dejarme retratar con ella.

Después del contacto con la prensa entramos al teatro, donde nos aguardaba el público

En el front row estaba Gemma, vestida de cuero negro por Marc Jacobs. Be, con vestido morado de Erden. Ilse con un estupendo little black dress de Balmain. Ôscar con traje de Burberry. Sumpta con vestido de cuadros mods grises, blancos y morados de Just Cavalli. Silenci estaba enfundada en un vestido negro con cintura lila de Narciso Rodríguez. Katrin siempre es elegante. Esta noche con una falda roja y una camisa morada de cuadros de Tommy Hilfiger. Anna, con un modelo verde sin mangas de Bottega Veneta y guantes cortos de piel del mismo color. Albanta, vestida de Oscar de la Renta, estilo años veinte. Thaís, con falda verde claro y chaqueta negra del brasileño Alexandre Herchcovitch. Nimue con una pieza champán de gasa de Dolce & Gabbana con chaleco de pelo (ideal para ir en zepe). Alatrencada con un vestido gris piedra estampado con flores abstractas de Dolce & Gabbana. The Silver Blue Sea, con uniforme de aires folk de Gucci. La Rateta Miquey con vestido años 20 de Lanvin. Helena con un magnífico modelo fucsia en forma de A de Galiano. Bárbara con un vestido estampado urban chic de Diane Von Furstenberg. Edelia con un diseño estilo sixties de Dior. Somiant la lluna, discreta en su asiento, con vestido de aires folk de Gucci. Y Fra Miquel con sotana. Todos permanecían expectantes en sus asientos, porque el Veí de Dalt y yo les prometimos un fin de fiesta entretenido.

Nos cambiamos de ropa para subir al escenario. Él prefería mantenerse enfundado en su traje de Moschino, pero le obligué a ponerse una camisa azul claro, estilo José Antonio Camacho, con manchas en las axilas. Yo lucía un práctico chandal, estilo Luis Aragonés, con el escudo de la selección española. Impartimos conjuntamente una charla corta y amena, de apenas un par de horas: "La importancia del juego de bandas en el fútbol moderno". Nadie se largó en los primeros diez minutos.

PD: Ha quedado un post algo pijo. Pero todos tenemos derecho a sentirnos especiales al menos una vez en la vida. Y más en Navidades. Y esas ropas alquiladas nos caen bien, qué carajo.

PD2: Que tingueu unes molt bones festes de Nadal (Ilse, lo escribo en catalán para que no te enteres de mi deseo).

Gran hotel


Siempre me he preguntado cómo debió ser su cortejo. Cómo se enamoraron. Jamás lo averiguaré, porque me cuesta hacer ese tipo de preguntas. Él vivía en un pequeño pueblo de la tierra de la niebla. Tenía casi treinta años. Era funcionario, pero no le alcanzaba para comprar un coche rojo e ir a impresionarla, con la capota bajada. Ella vivía a cinco kilómetros de la ciudad grande de la tierra de la niebla, en una masía con un canal que cruzaba sus fincas, donde pescaba cangrejos de agua dulce. Tenía poco más de veinte años. Era guapa con ganas en esas fotografías en blanco y negro que ahora mira con nostalgia, cuando está triste. Más atractiva que Sofía Loren. Era campesina y ganaba lo justo para adquirir esa bicicleta con la que recorría caminos cercanos, encharcados, con el cabello alborotado. Esperando a que apareciera él, caminando por ese arcén de la carretera deshabitada, com las manos en los bolsillos.

Les separaban treinta kilómetros, que entonces era un mundo. A pesar de todo, se enamoraron en algún lugar a medio camino, en alguna fiesta al aire libre. Imagino sus viajes en tren y las caminatas para verse cuando eran guapos de verdad, cuando no les importaba el sudor en el cuerpo del otro tras el trayecto. Carecían de internet para mantener el contacto, pero eso no resultó un obstáculo para acabar en esa habitación del gran hotel mucho tiempo después. En esa habitación del gran hotel ahora.

Este sábado pasado estaba en lo alto de la terraza del hotel Condes de Barcelona (passeig de Gràcia) mirando el cielo nublado de noche. Había olivos plantados en varias esquinas, y una piscina tapada con plástico, aguardando a que llegara el futuro verano. Y una luna oculta. Dejaba fluir el tiempo, buscando la luminosidad del satélite entre los cúmulos, mientras mis padres se cambiaban de ropa en su habitación, allá abajo, en la cuarta planta. Ella aliviaba ese flujo interno inesperado, que le había visitado sin avisar. Él aguardaba en la puerta del baño, preocupado por esa mujer de la que se enamoró en algún lugar a medio camino, en alguna fiesta al aire libre. Hacía tanto tiempo.

Dejaba pasar los minutos en mi reloj, para que ellos se pusieran cómodos en su dormitorio. Para no incordiarles. Entretanto subieron unos japoneses para sacar fotos de la ciudad, desde esa altura. Fumaba, ajeno a ellos, mirando ese cielo gris y recordando que mis padres estaban cumpliendo su cuarenta y cinco aniversario de casados en ese hotel (era el regalo que pensó para ellos mi hermana). Poniéndose el pijama y preguntándose si estaban bien. En la calle vi transitar sombras de personas diminutas, como hormigas, cada una con sus problemas a cuestas. Con sus ganas de llegar a casa y abrir el ordenador para enamorarse de una persona, a cien o mil kilómetros de distancia, que quizá pesca cangrejos de agua dulce en un canal.

La vida fluía en ese paseo. Y en la cuarta planta del gran hotel. En la habitación 407. Seguía fluyendo allí.

Melahel


Me gustaría comprarme una casita de cincuenta metros cuadrados, con jardín soleado de veinticinco que anuncian hace tiempo en una inmobiliaria. Siempre pego la nariz en ese escaparate, aunque sé que no podré tenerla jamás. Este lunes, busqué en el mapa dónde se ubicaba aproximadamente, y resoplé ascendiendo esas cuestas hasta llegar a la calle de Sant Cugat del Vallès, en Barcelona. Era una zona de hogares de planta baja, en una cima. Melahel me puso la mano en el hombro y me consoló porque no me gustaba el lugar, ni el desnivel canalla, ni mi imposibilidad para adquirirla. A veces él está, y a veces no está. Me he acostumbrado a verle aparecer de la nada, o a desaparecer en la nada. Es mi ángel de la guarda. Me tocó éste y no me quejo. Es aseado, discreto, viste elegante y sus ojos transparentes me calman en los malos momentos.

Astrid me adelantó hace veinte años que tenía un ángel que me protegía. Pensé que eran locuras suyas, tonterías de juventud. Hasta que hace poco viajaba solo. En el vagón de tren había gente de todas las razas leyendo, durmiendo, hablando por el móvil, tecleando en el ordenador portátil. A través de la ventanilla observaba paisajes oscuros, luces aisladas de masías centenarias en las que el silencio sólo quedaba interrumpido por los ladridos de los perros guardianes cuando veían pasar el convoy apenas cuatro veces por día (en ambas direcciones). Sentí nostalgia de esos hogares en los que jamás había vivido y en los que jamás viviría. Me giré en el asiento. Un tipo desconocido me puso la mano en el hombro para consolarme. Era aseado, discreto, vestía elegante y sus ojos transparentes me calmaron en ese momento.

Astrid siempre me contaba que tenía un ángel que me cuidaría en el devenir de la vida. Era seguro, según ella. Sabía todos sus nombres: Iezabel, Mebahel, Vehuiah... Me correspondía Melahel por fecha de nacimiento. Me he acostumbrado a su cuerpo espigado, a su mirada clara, a su traje oscuro, a que aparezca entre los manzanos, o en el paseo de Sant Joan, o en la entrada al cine Verdi. Para ponerme la mano en la espalda. Me calma. Y nunca dice nada, en su discreción.

Hace dos semanas estaba tomándome una cerveza en la barra de La Bodegueta, en Rambla Catalunya, ajeno a todo. Solo. En una mesa, dos mujeres adultas, con mirada de niñas eternas, se explicaban secretos. Riendo. La más tímida le entregó un paquete a su amiga. Ella rasgó el envoltorio y sacó a escena una estupenda colcha elaborada tras mil horas de manualidades. En su mirada se podía leer que estaba encantada. Observó al público, me observó a mí, y explicó extrovertidamente en voz alta lo que le habían regalado, mientras parecía torear con la colcha preciosa. Contó que era feliz, y que pedía a los feligreses un aplauso para su amiga, mientras ésta se moría de vergüenza. El público se quedó algo perplejo y no supo qué hacer. Me encantó la imagen, esa mezcla entre dos mujeres tan diferentes y tan cercanas al mismo tiempo. Una tímida y otra alocada, unidas por un enlace extraño. Pensé que jamás tendría un momento así, y me giré para sorber mi cerveza. Pero Melahel me puso la mano en el hombro. Él nunca bebe, así que sólo tuve que pagar mi consumición.

Ese día no quiso desaperecer de mi lado. Me llevó a la exposición de Ródchenko en La Pedrera. Le dije que ya la había visto, pero él no detenía su paso. Cruzaba los semáforos sin respetar el rojo de las señales, y me costaba perseguirle. Entró sin poner su mochila en el escáner, y se alejó de mí mientras yo esperaba el visto bueno del agente de seguridad. Le encontré en la segunda sala de la galería. Me llamó con el dedo índice, silueteado frente a un cuadro de tonos rojizos, y me hizo mirar a un chico que extraía dos manzanas verdes de su mochila para compartir con una chica demasiado delgada. El ángel me sonrió.

Ese día, Melahel no quiso desaperecer de mi lado. Me arrastró a una calle estrecha de Gràcia. Un grupo de adolescentes improvisaban un botellón en la acera. Me señaló un hombre de mediana edad que avanzaba por la calle con el teléfono móvil pegado a la barbilla. Cuando él dijo: "ja sóc aquí", se elevó la persiana de un taller de reparaciones, hasta alcanzar la mitad de su recorrido. El hombre del teléfono se agachó para cruzar el umbral. Le esperaba una mujer en la oscuridad. Los adolescentes se quedaron mirando la media elevación de la persiana de un taller de coches en la madrugada. El transeúnte les dijo que no pasaba nada, que siguieran con su fiesta alcohólica. Entró. Y la cortina metálica se cerró tras sus sombras.

Me gustaría vivir alguna escena así. Quise decírselo a Melahel. Pero me puso la mano en el hombro, para pedirme paciencia. Caminamos despacio. En silencio. El cielo estaba preñado de estrellas.

PD: MK siempre nos regala kits de supervivencia. ¿Se los regalamos nosotros a ella? Es lo poco que nos pide para esta Navidad: ponerle una idea. Sería chulo que le ayudáramos a hacer su blog, ahora que tiene problemas con internet. Venga, no seáis perezos@s.

PD2: Gracias a Ilse por esa canción que he puesto. ¿Qué sería de mi vida sin ella? Gracias niña. Ets el meu segon àngel (lo escribo en catalán para que no lo entiendas, que aún te harás ilusiones).

PD3: Para cuando se despierte ella, camino del sur, con la brujita.

PD4: A petición de vosotr@s, pongo la lista de ángeles por fecha de nacimiento. Está copiado de aquí:

Vehuiah - Dios elevado y exaltado por encima de todas las cosas - 21 a 25 Marzo
Jeliel - Dios que socorre - 26 a 30 Marzo
Sitael - Dios esperanza de todas las criaturas - 31 Marzo a 4 Abril
Elemiah - Dios oculto - 5 a 9 Abril
Mahasiah - Dios salvador - 10 a 15 Abril
Lelahel - Dios loable - 16 a 20 Abril
Achaiah - Dios bueno y paciente - 21 a 25 Abril
Cahetel - Dios adorable - 25 a 30 Abril
Haziel - Dios misericordioso - 1 a 5 Mayo
Aladiah - Dios propicio - 6 a 11 Mayo
Lauviah - Dios loado y exaltado - 12 a 16 Mayo
Hahaiah - Dios refugio - 17 a 21 Mayo
Iezalel - Dios glorificado sobre todas las cosas - 22 a 26 Mayo
Mebahel - Dios conservador - 27 a 31 Mayo
Hariel - Dios creador - 1 a 6 Junio
Hekamiah - Dios que rige el universo - 7 a 11 Junio
Lauviah - Dios admirable - 12 a 16 Junio
Caliel - Dios pronto a socorrer - 17 a 21 Junio
Leuviah - Dios que socorre a los pecadores - 22 a 27 Junio
Pahaliah - Dios redentor - 28 Junio a 2 Julio
Nelkhael - Dios solo y único - 3 a 7 Julio
Yeiayel - La derecha de Dios - 8 a 12 Julio
Melahel - Dios que libera de los males - 13 a 18 Julio
Haheuiah - Dios bueno por sí mismo - 19 a 23 julio
Nith-haiah - Dios que da sabiduría - 24 a 28 Julio
Haaiah - Dios oculto - 29 Julio 2 Agosto
Yerathel - Dios de bondad - 3 a 7 de Agosto
Seheiah - Dios que cura a los enfermos - 8 a 13 de Agosto
Reiyel - Dios pronto a socorrer - 14 a 18 Agosto
Omael - Dios paciente - 19 a 23 Agosto
Lecabel - Dios que inspira - 24 a 28 Agosto
Vasariah - Dios justo - 29 Agosto a 2 Sept.
Yehuiah - Dios que conoce todas las cosas - 3 a 8 Sept.
Lehahiah - Dios clemente - 9 a 13 Sept.
Chavakiah - Dios que da alegría - 14 a 18 Sept.
Menadel - Dios adorable - 19 a 23 Sept.
Aniel - Dios de las virtudes - 24 a 28 Sept.
Haamiah - Dios la esperanza de todas las criaturas de la tierra - 29 Sept a 3 Oct.
Rehael - Dios que recibe a los pecadores - 4 al 8 Octubre
Ieiazel - Dios que regocija - 9 a 13 Octubre
Hahahel - Dios en tres personas - 14 a 18 Octubre
Mikael - Semejante a Dios - 19 a 23 Octubre
Veuliah - Dios rey dominador - 24 a 28 Octubre
Ylahiah - Dios eterno - 29 Octubre a 2 Nov.
Sealiah - Dios motor de todas las cosas - 3 a 7 Nov.
Arial - Dios revelador - 8 a 12 Nov.
Asaliah - Dios justo que señala la verdad - 13 a 17 Nov.
Mihael - Dios padre socorrible - 18 a 22 Nov.
Vehuel - Dios grande y elevado - 23 a 27 Nov.
Daniel - Dios misericordioso - 28 de Nov a 2 Dic.
Hahasiah - Dios oculto - 3 a 7 Dic.
Imamiah - Dios elevado por encima de todas las cosas - 8 a 12 Dic.
Nanael - Dios que rebaja a los orgullosos - 13 a 17 Dic.
Nithael - Dios rey de los cielos - 18 a 22 Dic.
Mebahiah - Dios eterno - 23 a 27 Dic.
Poyel - Dios que sostiene el universo - 28 a 31 Dic.
Nemamiah - Dios loable - 1 a 5 Enero
Yeialel - Dios que atiende las generaciones - 6 a 10 Enero
Harahel - Dios que conoce todas las cosas - 11 a 15 Enero
Mitzrael - Dios que consuela a los oprimidos - 16 a 20 Enero
Umabel - Dios por encima de todas las cosas - 21 a 25 Enero
Iah-hel - Dios ser supremo - 26 a 30 Enero
Anauel - Dios infinitamente bueno - 31 Enero 4 Febrero
Mehiel - Dios que vivifica todas las cosas - 5 a 9 Febrero
Damabiah - Dios fuente de sabiduría - 10 a 14 Febrero
Manakel - Dios que mantiene todas las cosas - 15 a 19 Febrero
Eyael - Dios delicia de los niños - 20 a 24 Febrero
Habuhiah - Dios que da con liberalidad - 25 Feb. a 1 Marzo
Rochel - Dios que lo ve todo - 2 a 6 Marzo
Jabamiah - Dios verbo que produce todas las cosas - 7 a 11 Marzo
Haiaiel - Dios dueño del Universo - 12 a 16 Marzo
Mumiah - Dios finalidad de todas las cosas - 17 a 21 Marzo

Que conste que no me he hecho adicto a una secta. Aquí tengo a Melahel para certificarlo.

Viaje


Cuando leáis esto mi maleta negra estará en el suelo, e intentaré localizar las llaves en mi bolsillo para cerrar la puerta y buscar un tren donde me admitan en un vagón para nostálgicos.

Cuando leáis esto le habré puesto un link a un escritor absolutamente alocado de las tierras del sur: Quim. Es bueno, es gamberro y mejora tu día. Si queréis, ponedle comentarios.

Cuando leáis esto Ilse ya hará días que ha resucitado su blog para maldecirme. Me gusta que haya recuperado su prosa de Elvira Lindo. Es muy buena. Si queréis, ponedle comentarios.

Cuando leáis esto Alatrencada llevará meses muda, pero me niego a enterrarla en el apartado de "han cerrado sus vallas...". Sé que un día regresará. Si queréis, ponedle comentarios para que vuelva.

Cuando leáis esto ya habré cerrado la puerta de mi piso, y vuestras vidas quedarán allí, en la oscuridad, hasta mi retorno.

Entretanto, cuando leáis esto quizás paseo con el pequeño Hayden entre manzanos desnudos de hojas en la tierra de la niebla, contándonos fábulas de monstruos que existen, sin duda. Los dos con gorritos y bufandas (la mía la tejió ella). Lanzando vapor por nuestras bocas, como dragones inofensivos.

Cuando leáis esto mi maleta negra estará en un suelo (de una estación, de un vagón de tren, de un domiclio), e intentaré no añoraros demasiado. Hasta que regrese. Entonces, introduciré las llaves en la cerradura, empujaré la puerta y se prenderá vuestra luz.

San Crispín


Como este miércoles era San Crispín, patrón de los zapateros, bajé andando hasta la playa a mediodía para gastar mi calzado y llevarlo próximamente a reparar.

La línea recta que traza la calle Bailén es monótona. Es como conducir por autopista. Te adormeces. Por eso, decidí abandonarla en el peaje de la ronda de Sant Pere y entrar en unas carreteras secundarias estrechas y llenas de curvas. Peligrosas y repletas de vida. Eran callejones de La Ribera (el corazón de la ciudad entre los siglos XIII y XIV, la antigua Vilanova del Mar) que hacía tanto tiempo que no cruzaba con la capota bajada para que me diera el sol de ese mediodía de San Crispín. Calle de Méndez Núñez, dels Ocells, d'en Cortines, Volta dels Jueus, Portal Nou, plaza de Sant Agustí Vell... Tiendas de artesanos, negocios de viejo, pequeñas casas de comidas, extranjeras nórdicas con melenas rubias al viento intercaladas en mis gafas de miope con africanas que cubrían sus cabezas con pañuelos o sombreros multicolores.

Alcancé una calle con un nombre precioso: Tantarantana. Nunca había estado allí. En su zona central estaba preñada por la plaza Acadèmia. Y allí descubrí ese edificio magnífico. Me senté y lo contemplé un buen rato. El Covent de Sant Agustí parecía en ruinas, con sus piedras blancas, antiguas. Pero albergaba una cafetería coqueta en el claustro. Y lo abrazaba un edificio municipal moderno. Me apasionan esas mezclas de lo viejo y lo nuevo.

Pensé en San Crispín. Era un noble romano que fue enviado a evangelizar las Galias junto a su hermano Crepiniano. Y para no vivir de las limosnas de los fieles, ejercían de zapateros.

Miré mis zapatos, todavía no estaban tan gastados. Así que me levanté y seguí caminando en zig-zag por esas calles centenarias hasta dar con el mar. Con la luz. El Moll del Dipósit olía a pescado recién frito o braseado o en cazoleta. Guillermo Amor comía gambas en la terraza de un restaurante, con las gafas oscuras que le protegían del sol y refrejaban los veleros atracados en el muelle. Y José Luís Carazo parecía más joven que en las tertulias de fútbol del televisor, mientras estaba más por la charla que por el plato. Me entró hambre. Marché deprisa hasta la playa. Hundí los zapatos en la arena y me tumbé cerca de las olas, para extraer de la mochila el bocadllo de jamón maison. Lo devoré, dejando migajas para las aves marinas.

Hacía tiempo que no estaba junto al Mediterráneo cuando hace frío. A mi alrededor había algunas personas solitarias con un libro y una manzana; descalzos (si algún día soy jefe de recursos humanos de una empresa, reclutaré a los trabajadores sobre esa arena, entre esa gente). Tomaban el sol que ya no quema, mientras el mar organizaba olas de apenas treinta centímetros para que intentaran cabalgar sobre ellas esas focas-surfistas vestidas de neopreno. Las gaviotas exigían comida, como siempre. Y seguían viniendo los eternos emigrantes, gritando desde el verano: "cerveza, coca-cola, agua, bieeer". O "message, masage".

Un día llevarán sus zapatos a reparar, después de tantos kilómetros hundiendo sus huellas en las playas de la Barceloneta (unas huellas que jamás recordará nadie). Quizá coincide con la fecha de San Crispín, ese santo que, junto a su hermano, evangelizó el norte de Francia. Hasta que Dioclesiano les mandó perseguir. En el año 285 les torturaron y fueron decapitados.

Quería quedarme eternamente allí, despeinado por el viento, con el rostro coloreado, mirando pasar un barco pirata y un avión de Iberia en los azules del mar y el cielo. Pero regresé a casa, gastando los zapatos. Entré en una tienda de telefonía. Atendían a una señora de mediana edad con la melenita teñida de rubio, los pómulos reconstruidos, y dos hijos adolescentes que demostraban su personalidad a través de sus piercings y sus mandíbulas desencajadas. De bobos. Le pidieron a su madre que les dijera el número secreto de la tarjeta de crédito, antes de que ella se largara a toda pastilla a la peluquería, porque tenía hora. No creo que ninguno de ellos se fije jamás en el claustro del Convent de Sant Agustí.

Me compré un móvil baratito. En casa me saqué los zapatos mientras descifraba las instrucciones de uso. Aunque estaba más pendiente del estado de mi calzado. Parece que una suela está un poco gastada. Tendré que acudir al zapatero.

Las cabezas de San Crispín y San Crepiniano se veneran en la iglesia de San Lorenzo (Roma). Sus cuerpos quedaron en Soissons (norte de Francia), donde les rinden culto. Eran zapateros.

Cásate conmigo


Hace poco, tenía un día triste. Bajé por mi calle en busca del centro de la ciudad, que siempre me regala energía. Sentarse sobre las piedras viejas del barrio gótico recarga. Antes de llegar a la altura de la plaza del Sol, vi un perro olfateando unos contenedores de reciclaje. Era pequeño, gris, de orejas cortas y tiesas, con barbita recortada. Me miró triste.

Di unos pasos alejándome de él, hasta que pensé que quizás estaba abandonado. Regresé inconscientemente sobre mis zancadas, mientras rumiaba si le acogería en mi vida, cosa que mi razón no aplaudiría porque vivo en un estudio tremendamente pequeño.

Había desaparecido. Me costó dar con él, hasta que le observé en el interior de una tienda de deportes, sentado junto a los pies del comerciante. Me miraba triste, con su barbita recortada y sus orejas cortas y tiesas. Seguía pareciendo extraviado. Pero estaba a salvo.

Desde entonces, cuando estoy excesivamente triste paso frente a ese comercio. Aminoro la marcha, y -si está- nos contemplamos, un poco enamorados. Es una de mis boyas salvavidas. Su universo es menudo, se reduce a la esquina de Torrent de l'Olla con Maspons, en ese negocio de pocos metros cuadrados. Y creo que nos acordamos el uno del otro, cuando no nos vemos.

Es lo que llaman estar enamorado. Seguramente.

Otra cosa que hago cuando estoy triste en exceso es leer vuestras vidas en los blogs (mis otras boyas salvavidas). Me siento en vuestras piedras viejas y me recargo de energía. Me gusta saber que Emily sigue tejiendo colchas mientras mira películas antiguas. Que MK se quiere pasar todo el mes de noviembre bajo la lluvia de París, mientras añora Menorca. Que Gemma sueña con vivir pronto en otro espacio vital. Que Anna está a punto de conseguir trabajo. Que a Be le ha alegrado la victoria de Obama, mientras mira crecer a su hijo en las montañas. Que Alatrencada flota en una nube personal y profesional. Que Khalina tiene ganas de escribir de nuevo. Que Katrin sigue dando guerra a oscuras. Que Violette sube las escaleras de la estación parisina de metro de Saint-Michel para recibir la lluvia a la salida (seguramente)... (Me dejo a mucha gente, ya lo sé, aceptad mis diculpas). Cuando estoy contento no os leo, escribo para intentar haceros alegrar, porque imagino que también pasáis crisis, y buscáis perros aparentemente abandonados que olfatean contenedores.

Quizás os habéis enamorado de uno de ellos, en vuestras temporadas bajas. Con su miraba triste, su barbita recortada y sus orejas cortas y tiesas. Acaso os habéis enamorado también de algún blog que os ha hecho volar lejos de vuestro duelo.

El otro dia, entrando en el mundo de Martí pensé que necesitaba conocer el blog de Mirielle. Y viceversa. Nunca he visto comentarios del uno hacia el otro en sus bitácoras. Creo que se enamorarían de sus historias, porque escriben parecido. Son dos poetas misteriosos y asustadizos. Escriben muy poco, pero muy profundo. Así que les convido (en plan Celestina) a encontrarse.

A enamorarse de sus textos. Seguramente. Cuando tengan el día triste.

PD: os propongo un juego. Decidme qué blogs os gustaría que se emparejaran, porque tienen algo en común, porque redactan de manera similar o piensan parecido o creéis que podrían llegar a ser amigos. O a estar enamorados. Puede ser mujer-hombre, mujer-mujer, hombre-hombre, perro de mirada seria con persona de mirada seria...

Me decanto por Mirielle-Martí.

Publicaré vuestras recomendaciones en un post dentro de unos días, si me las dejáis. Por favor, poned el link a sus blogs.

Ambulancias


Soy torpe y vivo solo. Una combinación peligrosa si quieres sobrevivir.

Tengo dos heridas en la mano izquierda: una de destornillador (intentando desmontar un mueble) y otra de cuchillo (procurando abrir un paquete de jamón envasado al vacío). Como no es la mano que utilizo para las cosas importantes (no seáis malpensados), me ahorré la llamada al servicio de ambulancias. Sequé la sangre con papel de cocina, disparé un chorrito de alcohol etílico sobre esas grietas amoratadas y busqué unas tiritas con animales que me regaló el pequeño Hayden. (Hace tiempo que nadie me pone tiritas con animales en las heridas. Self-service.) Y ya estaba listo para ir al cine. (Un día voy a introducir los dedos en un enchufe, y no habrá nadie para llamar a la ambulancia, ni para avisar a la persona que me espera frente a la taquilla de que no podré acompañarla a ver esa película. Al menos en esta vida.)

Vimos Happy-Go-Lucky de Mike Leigh en el cine Renoir Les Corts, y la mujer elegante se estremeció en su asiento con la escena violenta de un hombre contra una mujer, y luego se rió con esos chistes de un guión bien elaborado. Me gusta cuando se ríe (parece una niña pequeña, sin contaminar). A la salida de la sala, hablamos de sus hijas, con mi mano sana en el bolsillo y la otra en el exterior, para curarse con el aire de esa plaza, mientras pasaban sirenas urgentes de ambulancias por la calzada en busca de alguien que se hubiera cortado con un destornillador o un cuchillo en su mano buena. El viento de su velocidad nos despeinaba. Ella se queja eternamente de sus chicas, y no sabe la suerte que tiene de tenerlas. Un día es probable que la cuiden, y marquen ese número de teléfono de la ambulancia por si hace falta.

Vivo solo, y me gusta salir de casa, y mi móvil está estropeado. Una combinación peligrosa si alguien quiere comunicarse contigo.

Al regresar del cine, tenía varias llamadas en el contestador, todas de ella (nunca deja mensajes, y si lo hace es que pasa algo grave). Me senté en el sofá y escuché la voz de mi hermana. Volví a oír sus mensajes (con la tecla repeat) para intentar comprender el por qué de su voz angustiada. Me explicaba que hacía dos días que llamaba a la señora Sofía y al tenista (nuestros padres, que viven lejos) al fijo y al móvil, sin obtener respuesta. Me contaba que esos días ellos celebraban su cuarenta y cinco aniversario de casados y quizás habían hecho una escapada para recordar. Pero no es su estilo, y siempre avisan cuando se van a marchar de la granja de los caballos. La señora Hayden incluso mandó a una amiga suya a llamar al timbre. Mónica no obtubo respuesta, no la recibieron. La puerta estaba cerrada y la persiana bajada.

Llamé a mi hermana, y decidimos que esa noche era conveniente hacer el largo viaje a la tierra de la niebla, para saber qué les había pasado.

El sargento Hayden pasó a recogerme en su coche antes de la hora de la cena (la señora Hayden se quedó a cuidar de sus hijos). Partimos al oeste sin saber qué nos encontraríamos. Llovía, y el limpiaparabrisas nos hipnotizaba con su vaivén. Nos cruzamos con sirenas ruidosas de ambulancias antes de salir de la ciudad, con sus luces fragmentadas en esas gotas de agua de la ventana delantera.

Nos costó romper el silencio, ante esa carretera oscura que nos engullía hacia una escena desconocida, para preguntarnos qué les habría pasado. Dijimos que quizás estaban celebrando su aniversario de casados en algún hotel clandestino, que se habían fugado dos días a algún lugar misterioso. Pero lo más seguro era que les había ocurrido una cosa mucho menos romántica. Entonces nos dimos cuenta de que nos daba miedo pensar según qué situaciones. Y al entrar en la oscuridad completa de las comarcas interiores, ya estábamos charlando de política o de fútbol. Buscando temas como excusas.

Así recorrimos muchos kilómetros el sargento y yo (él llamaba de vez en cuando a la central de los Mossos d'Esquadra buscando noticias de accidentes, asesinatos, delitos, sin obtener una respuesta que nos afectara). Hasta que los rótulos en la carretera anunciaban ciudades conocidas. Pasaban unas tras otras, y cuando vi el de la tierra de la niebla se me encogió el corazón. El morro del Golf entró en las primeras calles y tenía miedo de introducir la llave en el domicilio paterno y encontrar no sé qué. Aparcamos frente a la casa. Temblaba (quizá temblábamos los dos). Pero el motor del coche conocido hizo salir de la granja de los caballos a mi padre en alpargatas de cuadritos gritando: "Què feu aquí? Què us ha passat a Barcelona?", temiendo lo peor. Era un lunes. El sargento y yo nos miramos, y se nos escapó una carcajada (nosotros que somos tan serios) para aliviar todo lo que llevábamos dentro. Pasamos al interior de la vivienda, y él llamó a mi hermana para tranquizarla y contarle que sus padres simplemente tenían el teléfono averiado, y habían pasado ese día fuera del hogar para ayudar a una tía que lo necesitaba.

Estaban allí, en ese comedor. Vivos. Miraban Vent del pla en ropa de andar por casa, ajenos a nuestras preocupaciones. Sin ambulancias aparcadas frente a la casa. Nos ofrecieron café y pastas (hice una escapadita a la cocina para buscar jamón y pan). Mi madre temblaba pensando en lo que habíamos imaginado, mientras su teléfono necesitaba la visita del técnico.

Sus hijos vivimos lejos, y ellos están solos, aunque se tienen el uno al otro.

De regreso a Barcelona, el sargento me contó que había imaginado un escape mortal de gas. Le conté que había pensado en un atraco violento. Los dos estábamos relajados, con la mente liberada. Contándonos lo peor y riendo. La ruta era menos oscura y no nos cruzamos con ambulancias ruidosas.

Quiso acercarme a mi piso, pero preferí acompañarle a aparcar cerca de su casa y caminar un rato hasta mi domicilio y fumar por fin. No quise perderme su cara de buen tipo cuando me dijo "fins aviat". Es un gigante físicamente y mentalmente. Es grande en todos los sentidos. Entre otras cosas, porque perdió una noche por mis padres.

Tiene dos hijos con mi hermana.

El mayor me acompañó hace poco al campo. Me contó que le apasiona El Llibre de la selva. Así que, de camino a los manzanos, me enseñó la canción que canta el oso Baloo. La memoricé y bailé en plan plantígrado, desplegando mis brazos y moviendo el culo entre los árboles frutales. Y él me seguía divertido desplegando sus extremidades y contorneando la cadera. Cantando los dos: "és sensacional...". Sólo tiene seis años, pero quizás un día descolgará el teléfono para pedir una ambulancia, cuando me dañe la mano diestra, la que necesito para hacerlo todo (y no seáis malpensados).

PD: Ayer me llamó mi padre (ya funciona su teléfono) para contarme que tío Manel ha fallecido. Apenas le conocía. Le recordaba de algún verano infantil enseñándome a hacer compota de manzana en esa granja con un zoo incorporado. Con gallinas de Guinea, faisanes, tórtolas, perdices, caballos, perros, gatos vagabundos... Un paraíso para pasar el verano cuando eres pequeño. Quizás un dia me llevó a bailar entre los manzanos la canción del oso Baloo, moviendo su cadera.

No había nadie para llamar a la ambulancia y murió. Como falleció hace unos meses su mujer. Como hace dos años se estrelló, en accidente de coche, el único hijo que quedaba en la casa para cuidar de sus padres y del zoo. Ahora todo serán ruinas, y los animales esperarán que llegue alguien para sacar el pienso de los sacos y alimentarles.

Manel era viejo y vivía solo. Una combinación peligrosa si quieres aguantar en esta vida.

C'est si bon


Hoy hace seis meses que acaricio de nuevo mis libros con ganas de abrirlos.

Que comparto almohada con Mark Twain y su cigarro habano.

Que busco perros enanos que me observen con mirada introspectiva en el Turó Parc, para imaginar cómo sería la vida con uno de ellos. Los dos tan serios, y esquivándonos los ojos.

Seis meses en que la primavera, el verano y el otoño me han visto desfilar medio desnudo, desnudo y abrigado frente a esta pantalla. Afeitado y sin afeitar, rapado o con melenita de Aznar. Enfadado, alegre, resacoso, fresco, pálido, moreno, hambriento, saciado, ocupado, parado.

Hoy hace seis meses que busco en las basuras una flor abandonada para intentar hacer que reviva en un jarrón de Ikea, y regalársela.

Pepeta



La mujer de los mares del sur vino de visita a la ciudad hace once días, cargada de proyectos. Tuvo un momento para acompañarme a mostrarle mis rincones secretos en el Turó Parc. Estaba más guapa que nunca (como les sucede a todos los tímidos cuando se dan cuenta de que son mejores que la mayoría de nosotros). Nos sentamos a tomar un refresco en esa glorieta, con un panzudo en la mesa contigua que hurgaba restos de croquetas en su boca con un mondadientes. Le causó malestar, mientras escondía la horrible visión con su umbrela blanca.

Ella cronometraba el tiempo que le quedaba para la partida a los mares del sur. La acompañé a buscar su autocar a esa estación fantasma rodeada de solares demolidos (lugares con secretos), donde crecen arbustos silvestres y árboles salvajes que me hicieron recordar muchos años atrás, cuando la pequeña señora Hayden y yo corríamos por esa calle de la tierra de la niebla sin peligros de atropellos. Enloquecidos de alegría.

Había una casa, la de enfrente, en la que vivía una mujer solitaria. Se llamaba Pepeta, y estaba eternamente pendiente del aparato de radio por si el Barça marcaba un gol. Se había separado de su marido efímero en la época de la República, y seguía trabajando en la fábrica de papel La Forestal. Nos deteníamos frecuentemente frente a su puerta. Cuando estaba de mal humor, nos decía que nos marcháramos a hacer los deberes. Cuando se sentía alegre, nos convidaba a pasar y veíamos con ojos bien abiertos Pippi Calzaslargas en su televisor en color (de los pocos que existían en la población). Recuerdo que, al comenzar cada verano, llenaba nuestras pequeñas cestas con albaricoques del árbol de su jardín. Y nos decía que los entregáramos a nuestros padres. Después les ponía comida a los gatos abandonados que acudían a llenar de vida su patio desnudo, como hacíamos la pequeña señora Hayden y yo.

Ya hace tiempo que Pepeta ha muerto. Y la pequeña señora Hayden y yo hemos crecido. Pero seguimos mirando esa puerta que nos acogió. Ahora, su casa (un lugar con secretos), esa casa de cuento infantil (frente a la granja de los caballos), sirve de garaje para el coche de su sobrino. Los balcones y las ventanas están sellados con cemento (como sucede en otros edificios de esa calle en decadencia -algunos están derruidos, y crecen plantas espontáneas entre los escombros). Pero quiero imaginar que el viejo árbol de los albaricoques sigue con las raíces en el suelo. Vivo.

Como están vivos los árboles en los solares junto a esa estación de autobuses secreta a la que pienso acompañar más veces a la mujer de los mares del sur que también vive sola, pero acompañada de esos animales a los que cuida tanto.

Blog 1978


Hace unas semanas, la señora Sofía me obligó a ordenar mi habitación en la granja de los caballos. Cuando me quejé de que no tenía edad para recibir ese tipo de órdenes, se quitó una alpargata y subí como si me persiguiera el demonio por esas escaleras de caracol.

Saqué conchas de playa del armario, viejos cassettes de Alaska y los Pegamoides, unos prismáticos con los que había bajado el ángulo de ver las estrellas para observar a la vecina de enfrente, unos cuadros de elefantes con los que participé en un certamen de pintura local.

Le quité el polvo a un viejo cuaderno mecanografiado en 1978. Se tilutalaba "Colònies a Cambrils". Me senté en las baldosas chispeadas y leí para regresar a aquel verano entre esas páginas caducadas en mi memoria.

En 1978, me eligieron para ser el cronista de esos viajeros a Cambrils, extraordinariamente mocosos, separados en tres grupos: "los arpones del agua", "patim-patam" y "alfa-beta". Teníamos catorce años, y procedíamos de la tierra de la niebla, y no sabíamos nada de la vida y todo era una aventura. Estaba Joan S. (con el que sigo riéndome cuando le encuentro en una terraza con su nueva novia brasileña cerca de la granja de los caballos). Estaba Miquel C. (que se dedica al teatro aficionado en la tierra de la niebla -es un tipo super serio que te deja sin habla). Estaba Xavier M. (que cría ganado en nuestro pequeño país). Entonces ni tenían amores sudamericanos, ni sabían de teatro, ni poseían cuadras. Eran niños como yo.

En 1978, me eligieron para ser el cronista de esas colonias. Escribí ese día a día con frases del estilo: "Hoy nos han despertado más temprano de lo corriente, todos tenemos sueño. Nos reunimos en el comedor para tomar el desayuno; más de uno se duerme sobre el tazón de leche. Nos espera una gran aventura: visitar Peñíscola! Medio aturdidos, salimos al patio y la lluvia acaba de despertar a los somnolientos. La lluvia cae fina".

Es lo menos naïf que he podido rescatar de esas crónicas. El resto es muy azucarado. Pero leyendo ese blog de 1978, me he acordado de lo que la censura colegial no permitía narrar en ese momento de recién inaugurada democracia. Que las tetas de las monitoras Campistrou y Casals nos llevaban de cabeza -ellas eran mayores que nosotros. Que en la piscina buscábamos que nos salvaran de ahogarnos y nos agarrábamos a sus cuerpos. Que el puñetero hermano de La Salle me venía cada noche para ver si había escrito ese blog de 1978, y yo sólo pensaba en ellas.

Pero era un chico cumplidor: "Tenga hermano". Y él leía: "De regreso a Cambrils hacemos un alto en el camino: Sant Carles de la Ràpita. Navés nos muestra su maestría en la pesca. Más adelante hacemos otro alto en el camino: Ametlla de Mar. Están de fiestas ".

En la granja de los caballos leí ese blog de 1978, treinta años después. Me acordé más de lo que no escribí, que de lo que redacté. Pensé que igual guardaban esas páginas grapadas las guapas Campistrou y Casals (si un día mandan a sus hijos a vaciar la buhardilla, igual encuentran esas "Colònies a Cambrils"). Me acordé de mi mismo en 1978. Y de Joan S. que tenía miedo de poner los pies en el agua por temor a los tiburones cuando íbamos en esa embarcación de pedales (con el que sigo riéndome cuando le encuentro en una terraza con su nueva novia brasileña). Y de Miquel C. que era tan serio ya de chico (y se dedica al teatro aficionado en la tierra de la niebla). O de Xavier M. (que cría ganado).

"Después de una reconfortable cena fuimos a la verbena de los pescadores. Luces, colorido, música... Aquello era un mundo asombroso y divertido. Cuando estuvimos mareados por aquella fiesta fuimos al mar. Las aguas parecían tranquilas. solemnes, calladas bajo la luz de la luna. Sobre ellas se mecían. como si bailaran un interminable vals, las embarcaciones".

Era 1978. Y éramos niños. Y no existían los blogs. Sólo las máquinas de escribir recuerdos que ahora cuento.

Aniversarios


Hoy, justo hoy, mi padre cumple setenta y cinco años. Sus ojos grises lo celebrarán esperando que su mujer, con la que lleva casado casi medio siglo, le sirva un canelón extra en el plato. Será feliz otra vez rebañando lo que queda con un poco de pan. El resto de familia vivimos lejos, y sólo nos puede soñar o recordar o añorar a pesar de las llamadas telefónicas. Después hará la digestión en el sofá, y saldrá a jugar al frontón con su raqueta gastada, porque no tendrá a un tenista al que enfrentarse, mientras una cigüeña elegante sobrevolará seguramente la cancha. Y él detendrá el saque para mirarla con sus ojos grises. Y pensará en lo hermosa que es. Se sentirá vivo mirándola.

Ayer, justo ayer, hacía una semana que estaba en el concierto del sesenta aniversario de Jaume Sisa, en plaça Catalunya, con la pintora, intentando tomar esos granizados de cerveza que les compramos a unos paquistanís. Y riendo porque ni las llamas del mechero conseguían derretir tanta frialdad. Ella tenía la piel oscura de muchas vacaciones -o por genética-, que contrastaba con su ropa blanca y su risa blanca y su alma blanca. Conocía todos los temas que interpretaban Sisa y sus amigos. Los cantaba a grito pelado, como una niña. Yo despistaba, como si no conociera a esa mujer enloquecida de alegría.

Ayer, justo ayer, hacía nueve días que estaba con la mujer elegante corriendo entre ruedas de carruajes gigantes del espectáculo Pi-leau, del grupo holandés Close-Act, mirando cómo un pescador intentaba atrapar un precioso pez de trapo y ojos iluminados en rojo sobre nuestras cabezas, procurando que el tiburón articulado no nos comiera, intentando que no nos mojaran con sus mangueras. Reíamos. Estábamos junto al mar y amenazaba lluvia. Pero no llovió. Y fuimos a comer ese frankfurt triste a la plaza triste para hablar de cosas tristes. Para procurar apagar esos temas tristes con nuestras mangueras de bomberos aprendices, y transformarlos en un día feliz.

Ayer, justo ayer, hacía once jornadas que asistí a los conciertos de Facto Delafe y Las Flores Azules (plaça Reial) y de Giullia y los Tellarini (avinguda de la Catedral), en las fiestas de la Mercè. Diluviaba, y miraba el escenario bajo los paraguas de los demás. Estaba solo, en esa esquina, desplazando los pies para no parecer una estatua de sal. Intentando bailar. Nadie se acordará de esos momentos que disfruté.

Ayer, justo ayer, hacía cinco meses exactos que hablo con esa chica que es tan especial para mí. Siempre se le escapan las protecciones de sus dientes cuando escucha mis tonterías y yo oigo las suyas. A veces peleamos duro. De broma. Y de broma sacamos esas marionetas chulas al teatrillo irreal. Las movemos para pedirnos perdón, para hacer las paces. Y las discusiones se convierten en leves. Y seguimos siendo especiales el uno para el otro.

Hoy, justo hoy, hace casi un año que murió el señor Gris. Cuando paseo por los sitios de la tierra de la niebla a los que íbamos entonces, miro el azul del cielo, y a menudo nos sobrevuela una cigüeña elegante. Pensamos en lo hermosa que es. En su majestuosidad. Y luego nos vamos juntos, el perro y yo (aunque él haya muerto) a revolcarnos en aquella hierba entre los manzanos. Como hace un año. Pensando que el tenista se dispone a sacar en esa cancha de frontón, lejos de nosotros, mirando esa misma cigüeña que vemos nosotros. Él lo hace con su mirada gris, a sus setenta y cinco años que cumple hoy.

PD: si le ponéis comentarios chulos a mi padre, se los regalaré por su 75 aniversario. Él no conoce la existencia de este rincón, desconoce que le conocéis.

Paul Newman


Mi madre siempre se ponía las gafas cuando pasaban una pelicula suya. Yo me apretaba las mías contra las orejas, para descubrir qué la hacía suspirar. Era Paul Newman. Le recuerdo en muchas películas, tumbado en el sofa de la tierra de la niebla.

Hoy, después de comer, en mi sobremesa de café con leche y pitillo, en el sofá de mi piso actual, han dicho en la radio que había muerto ese actor. Cuentan que se marchó del hospital para pasar sus úlltimos días en su casa. Siempre me gustaron sus filmes, su carácter guasón, su majestuosa belleza, su respeto por su eterna pareja, su humildad, su capacidad para envejecer. Su dignidad. A gente así dan ganas de guardarlas en la memoria.

Más que a James Dean, que se hastió antes de todo.

PD: quiero pensar que ese par de tipos que se ríen en el càsting, remenoran esa escena en el más allá. Tan felices.

Matemanismos


A veces me acerco en bicicleta a mis colegios de cuando era niño, para recordar. Siguen allí, en las afueras de la tierra de la niebla, entre campos de cultivo, edificados como moles perennes, para recoger a los niños traviesos a los que los maestros deben curar sus rasguños. En mis piernas hay heridas externas de mil caídas de entonces, de cuando iba en pantalón corto y era feliz. Las cicatrices son el mejor diario personal. Jamás se borran de la piel, jamás se olvidan. Los daños internos -los que nos parecen más terribles- curiosamente no dejan rastro visible. Con el tiempo, se recuerda más un manillar de bici clavado en la rodilla, que esa novia que nos dijo adiós porque se enamoró de otro.

En esa época de cicatrices externas, antes de que la vida se complicara y las heridas se convirtieran en internas e invisibles, recuerdo que nunca fui bueno en matemáticas. Iba al cole con ganas de aprender, en busca de abrir mis libros de la editorial Bruño en el pupitre verde-manzana con entusiasmo. Pero los profesores de esa asignatura siempre andaban con las manos en los bolsillos, contando azulejos del suelo con sus miradas ensimismadas. Aburridos. En EGB el profesor gallego Costa me mortificaba con los deberes de recuperación para el fin de semana. Yo no entendía esos signos matemáticos extraños que no narraban ninguna historia comprensible.

Después, en el instituto, el profesor gallego Jurjo siempre me mandaba a recuperar para septiembre la asignatura de matemáticas a la lejana finca de tía Patricia. Allí abría los libros llenos de señales raras en la mesa de cámping, a la sombra de esa casa de barro antiguo, mientras los adultos recolectaban manzanas y la señora Hayden (entonces era pequeña y llevaba -coqueta- las coletas de Pippi Langstrum) correteaba a mi alrededor intentando atrapar mariposas. A menudo me obligaba a levantar las lentes del libro de texto y los apuntes, cuando me venía con sus cuentos de niña.

En cambio, siempre fui bueno en lengua. Claro que los profesores iban despeinados y eran altos, y sonreían sobre esos jerséis de cuello elevado, y andaban con libros románticos bajo el brazo. Y te ayudaban a preparar el examen. Y siempre se entendía eso del sintagma, el predicado y el verbo que me servía para abrazar con expresiones originales a las niñas en el recreo. Mi madre me enseñó las primeras palabras, y ellos me ayudaron a enlazarlas.

Gracias a sus clases -y a las posteriores en la universidad-, cuando escribo parto de una norma básica: quiero que la gente comprenda lo que cuento y que lleguen al final del texto. Tengo mis trucos: frases cortas, cambios de ritmo, que la historia tenga su propia música interna, usar backgrounds, utilizar la estructura piramidal (que empleo tan pocas veces). No me sirvo de palabras rebuscadas que esconderían lo poco culto que soy en realidad. Y después recortar, y recortar, y volver a recortar, porque la gente no tiene tiempo de leer.

Hace unos días escuchaba la radio con el café con leche fresco entre mis manos, y el humo del primer pitillo en el cenicero ascendiendo para dibujarme extraños contornos femeninos.

Era el programa El món a Rac1. Un colaborador explicaba cómo calcular el índice de niebla (lo que sobra) en un texto (creo que se trataba de Lluís Pastor). Contaba que existen fórmulas matemáticas para saber si un escrito es fácil de leer o es un jeroglífico indescifrable. Ofreció la fórmula en directo, pero no la anoté, así que la he copiado de la web de la emisora:

Escoge el fragmento de un texto qualquiera.

1. Calcula la media de palabras por frase. Para hacerlo divide el número de palabras del fragmento por el número de frases del fragmento.

Obtienes el resultado A.

2. Cuenta las palabras que tienen 3 o más sílabas. Excluye los nombres propios y los verbos conjugados, pero incluye los infinitivos, los participios y los gerundios.

Obtienes el resultado B.

3. Suma A y B y obtienes el resultado C

4. Multiplica C por 0,4, y el resultado es el índice de niebla.

- Será un buen texto si obtienes un número inferior a 15.
- El texto será regular si obtienes un número de 15 a 20.
- El texto será complicado si el número es superior a 20.


He aplicado el índice para calcular el nivel de niebla a dos fragmentos de mi blog, y el resultado es de 16. Por los pelos no obtengo el certificado de "buen texto". "Casonlolla", que diría MK. Si tenéis un ratito, veréis que es divertido aplicar esa fórmula a vuestras páginas.

He buscado en internet otros métodos para calcular el nivel de nuestros textos. Existen muchos más, creados por lingüistas y pedagogos y matemáticos: Robert Gunning, Rudolph Flesch, Flesch-Kincaid, Szigriszt-Pazos. El índice Huerta Reading Ease es especial para textos en castellano. Incluso me he descargado un pequeño programa para analizar textos. Me dice que mis posts pueden leerlos niños de primaria, y eso me gusta. Todas esas ecuaciones son complicadas, y se basan en aplicar fórmulas matemáticas a nuestras palabras, sílabas, frases, sintagmas, oraciones. A nuestras emociones. Y eso es difícilmente cuantificable.

Es extraño que tantos años después se hayan unido los viejos profesores cabizbajos de matemáticas con los de cuello de cisne de literatura, en ese viejo instituto, en esa vieja escuela de primaria que visito en bicicleta. Me detendré el próximo día que vaya allí, y les leeré un fragmento de algo que haya escrito. Espero que los matemáticos lo analicen. Si no lo consiguen, les mandaré a recuperar para septiembre, como hacían ellos conmigo. Y a los de letras, les daré las gracias por todo, aunque algunos ya han muerto.

Tres segundos


Este viernes salí a caminar al anochecer, cuando los novios de las dependientas del paseo de Gràcia esperan fumando en la acera a que sus prometidas se cambien de ropa y sean sólo para ellos. Me gusta escuchar el sonido metálico de las persianas estrellándose contra el precipicio de la acera, el de los omnibuses roncos que devuelven a los paseantes a los barrios del norte, el de los artefactos fotográficos japoneses que retratan eternamente la casa Milà con sus clics nerviosos, el de las bicicletas del bicing que suenan a cacharro cuando la cadena roza contra el guardabarros.

Un hombre joven se acercaba a mí, de frente, en una de ellas, iluminado en rojo por los neones de Vinçon. Circulaba a escasa velocidad, con su mirada distraída en el infinito. Me fijé levemente en él porque no mostraba piercings, ni tatuajes piratas, ni vestía extravagantemente. Incluso su peinado habría recibido la aprobación de mi madre. Quizá los dos estábamos abstraídos pensando en qué nos prepararíamos para cenar, en que la cisterna del inodoro gotea, en que el lunes iríamos al banco para protestar por una comisión injusta, en que los padres ya no son jóvenes, en que -aunque la gente nos reclame de vez en cuando- no tenemos prisa por regresar a casa porque nadie nos espera, en que tenemos un email por escribir, en que debemos aprender a ser más alegres. Entonces se le cayó la mochila al suelo, en ese lugar deshabitado, y siguió dando pedales en la bicing blanca y roja de manera despistada, sin darse cuenta de su pérdida.

Era una bandolera de color gris claro, de tamaño considerable. La miré abandonada sobre las baldosas diseñadas hace tiempo por Gaudí. Parecía nueva. Pero lo que más me apasionaba era lo que no podía ver: su interior. Pasó un segundo.

Quizás estaba repleta de chicles Trident Tornado, que podría colocar sin problemas a la salida de los colegios de mi zona. O contenía las fotografías de este verano, que ya se quiere acabar para siempre, de una gente desconocida para mí, pero que podrían irme de perlas para completar mi álbum personal (tan desprovisto de imágenes) con unos cromos ajenos. O guardaba emails de amor recibidos de una novia exótica. O una obra de teatro inédita en busca de productor. Pasaron dos segundos.

El chico estaba a punto de cruzarse con mi sombra, y la mochila sólo era un bulto alejado y huérfano. En cuatro pasos podría ser mía. Me sentaría en un banco solitario para violar sus secretos. Me asombraría con sus mapas del tesoro, con esos CD's de música que no había escuchado en mi vida, con esas llaves que abrían un domicilio del que no tendría jamás la dirección. Entonces el ciclista me miró sin querer. Sólo fue un cruce de miradas como los millones que se producen en la metrópolis a lo largo de la jornada. Tenía unos ojos grandes, bovinos, serenos. Acaso como los míos. Quizá los dos estábamos abstraídos pensando en qué nos prepararíamos para cenar, en que la cisterna del inodoro gotea, en que el lunes iríamos al banco para protestar por una comisión injusta, en que los padres ya no son jóvenes, en que -aunque la gente nos reclame de vez en cuando- no tenemos prisa por regresar a casa porque nadie nos espera, en que tenemos un email por escribir, en que debemos aprender a ser más alegres. Y entonces mi mano izquierda se levantó por su cuenta, como si perteneciera a un guardia urbano de paisano que no era yo, para darle el alto. Él frenó ese cachivache ruidoso (y la cadena dejó de armar escándalo contra el guardabarros) para girarse a mirar lo que le señalaba con el dedo. Hacía tiempo que no me regalaban una sonrisa tan sincera. Habían pasado tres segundos.

Me ofreció repetidamente las gracias, y se alejó con mi mochila cargada para siempre de secretos. En su espalda.

PD: Para ella, que toma un té mientras lee distintos textos de buena mañana en la pantalla y desvía, a veces, su mirada a ese cochino jabalí que confunde con un perro.

Khalina


Le ha costado, pero Khalina ya tiene su blog. Espero que no le moleste que lo haga público sin pedirle permiso. Somos amigos, así que abuso de su confianza. Hace tiempo que quería leer lo que le pasaba, lo que pensaba, lo que sentía. Y no me ha defraudado su primer texto. Al contrario, me ha gustado. Creo que va a continuar acariciándonos con sus historias. Benvinguda Khalina a aquest petit món. I no deixis d'escriure.

Mirón


Nunca he sido madrugador, si no es por necesidad. Pero estos días de descanso en la tierra de la niebla el despertador sonaba cada mañana antes del cocoricó del gallo vecino y del clac-clac de los picos de las cigüeñas (de tertulia en la torre de telecomunicaciones).

Nunca he sido de ducha diaria, si no es por necesidad, y mucho menos de afeitarme frecuentemente. Pero estos días de descanso en la tierra de la niebla corría cada mañana el agua fresca a presión sobre mi cuerpo desocupando las nubes de jabón de mis rincones, y me daba unas buenas bofetadas con la loción after-shave reparadora tras el paso de las cuchillas de acero por mi mandíbula. Incluso me atreví a probar ese nuevo invento al que denominan desodorante. Refresca.

Nunca he sido elegante, si no es por necesidad. Pero estos días de descanso en la tierra de la niebla me pasaba un buen rato sacando y devolviendo polos del armario, como un adolescente enamorado de su profesora de latín. Dándome la vuelta frente al espejo de cuerpo entero, en busca de unos jeans que se ajustaran a mi piel.

Salía de la granja de los caballos, puntualmente a las once de la mañana, perfumando com mi sobredosis de colonia 1881 de Cerruti los manzanos, los patios vecinos, los perros guardianes, los parterres con amapolas, las pastas para el desayuno dispuestas en las mesas familiares, las golondrinas en vuelo rasante. Iba camino al club de tenis local, donde se celebraba un campeonato internacional femenino.

Sesenta y cuatro tenistas veinteañeras caminaban pensativas -con rostros severos- bajo los árboles frescos de las instalaciones deportivas, con sus bolsas cargadas de raquetas, sus sueños en busca de los puntos suficientes para mejorar su ránking en la clasificación de la ITF-WTA, sus shorts claros coronando esas piernas eternas, sus coletas de princesa diciendo que no sobre esos hombros rectos. Venían de todo el mundo: Estados Unidos, Eslovaquia, Noruega, para obsequiar mi mirada de mirón.

El primer día me senté en una silla blanca de plástico para ver los partidos de la suiza Sarah Moundir contra la rusa Leeza Nemchinov en la pista dos, y de Carmen López-Rueda contra Mireia Recasens en la uno. Volaban los drive con contundencia y regresaban pelotas liftadas o cortadas. No había jueces de silla en las primeras rondas, a pesar de que se disputaran 10.000 dólares en premios. Me gustó que confiaran en su buena voluntad a la hora de decidir si la pelota había entrado o era out. Y me sorprendió lo bien que jugaban, a pesar de que las cabezas de serie eran Sabrina Capannolo (USA), la 1.046 del mundo, y Rocío López-Alberca (ESP), la 1.067. Las instalaciones de ese campeonato están comprimidas entre campos de manzanos y almacenes de fruta. La rusa Nemchinov estaba a punto de sacar para ganar su juego cuando un tractor tuvo la ocurrencia de fumigar una hilera de manzanos con sulfato de cobre contra el gorgojo. Las tenistas corrieron para alejarse de la nube radioactiva. Despejaron las cinco pistas del torneo entre exclamaciones de protesta pronunciadas en distintos idiomas. Y yo me quedé en mi silla de plástico, protegido por mi gorrita de béisbol (con publicidad de tractores), huérfano de ellas. Los torneos internacionales de tenis femenino en la tierra de la niebla tienen esas particularidades.

Nunca había ido con el pequeño Hayden a las piscinas municipales. Pero estos días de descanso en la tierra de la niebla me esperaba en la puerta de la granja de los caballos por las tardes con su mochila con una botella de agua y una bolsa de palomitas, su bañador rojo y su desesperación para que bajara deprisa de mi habitación.

No había nadie allí, más que nosotros, el vigilante de las instalaciones acuáticas y el cobrador de la entrada. Era la primera vez que estábamos solos -él y yo- frente al agua prisionera tras las baldosas blancas. Eso significaba que sus padres le consideraban lo suficientemente fuerte como para remolcarme hasta la orilla con sus bracitos de seis años por si yo, que tengo vocación de ahogarme, me ahogaba.

Pusimos nuestros pies en el agua azul y quieta a dúo, sentados en el bordillo de la piscina, (los cipreses reflejaban su sombra en ella), y la consideramos demasiado fría. Nos tumbamos en nuestras toallas de Mickey Mouse con tristeza, porque nos apetecía un chapuzón. "Tinc una idea". "Quina tio?". "Vine". Abrí el grifo de la ducha pública, y le conté que si aguantábamos ese frescor podríamos saltar a la piscina haciendo la bomba. Mi pecho tembló de frío y mi espalda se estremeció bajo el chorro congelado. Pero el niño se acercó a mi cuerpo, y aguantó que su cabello dorado se apagara bajo esa fuente. Emprendimos la carrera. Bombaaa.

Era la primera vez que estábamos solos en el agua. Le ayudé a ponerse sobre mis manos y saltar de espaldas para romper la calma del cristal líquido, haciendo el gamberro. Chapoteamos nadando en estilo braza hasta la orilla, en ese silencio. Le mostré el rincón donde había aprendido a nadar a su edad. "Oh, tio, jo també vull fer aquest curset de natació". "Ja en saps de nedar, home". "No en sé prou, vull fer aquest curset". "Dis-li a la mare".

Sin mis gafas no veo nada, pero me pareció vislumbrar la silueta de Leeza Nemchinov que acababa de entrar en el recinto. Le pregunté al pequeño Hayden si la chica que caminaba sensualmente por el borde de la piscina, a cámara lenta, con su bolsa repleta de raquetas y su coleta rubia, tenía pinta de deportista. "No ho sé tio, fem la bomba una altra vegada?". Salimos del agua. Tomamos carrerilla y saltamos como locos en ese verano que se irá alejando lentamente de nuestra memoria. Bombaaa. Creo que salpicamos a la pobre tenista.

Pequeña despedida


Después de las fiestas de Gràcia tengo la sana costumbre de marcharme unos días a la tierra de la niebla para olvidarme de los tumultos humanos. No soy un ser gregario, pero tampoco me gusta vivir aislado. Así que asistí al concierto de Plouen Catximbes com mi camiseta de rayas marineras y mi polo rosa de Lacoste anudado al cuello ("ves en compte que no acabis amb una catximba al cap", me avisó Emily -es graciosa cuando baja el viento del norte por el Ebro). Después de cada tema elevaba al cielo mi mechero encendido, mientras todos los adolescentes de Barcelona concursaban para ver quién me pisaba más duro. Me gustaron los Plouen Catximbes. Hacen un pop-rock que en algunos temas me recuerdan a los Vampire Weekend, en versión de Manresa. Muy guitarreros. Su líder es Albert Palomar, un tipo siamés físicamente -incluso en la manera de moverse y hablar- a Miqui Puig, aunque con menos tablas.

Después de las fiestas de Gràcia tengo la sana costumbre de marcharme unos días a la tierra de la niebla para olvidarme de los tumultos humanos. No soy un ser gregario, pero tampoco me gusta vivir aislado. Así que paseando de un escenario a otro, me crucé con cuatro chicas adolescentes que bajaban a toda pastilla por la calle Joan Blanques. Cantaban a capella y entrechocaban las manos sonoramente tras las estrofas de esa canción africana. Tenían voces de ángel (supuse que venían de actuar en alguna tarima). Frené mis pasos y decidí seguirlas a distancia, en plan viejo verde. Cuando aflojaban la marcha, me detenía a mirar un escaparate, silbando. Escuchar sus voces me hacía disfrutar de la vida en ese momento. Me aproveché de su espontaneidad. Decidí perderlas de vista cuando sus voces se acallaron bajo el estruendo de una orquesta aficionada en una calle estrecha cerca del mercado.

Después de las fiestas de Gràcia tengo la sana costumbre de marcharme unos días a la tierra de la niebla para olvidarme de los tumultos humanos. No soy un ser gregario, pero tampoco me gusta vivir aislado. Esta noche he asistido a un monólogo de Carles Flavià en la plaza Rovira i Trias. Eran los chistes de siempre: un poco de machismo, un poco de humor negro hablando de los cadáveres ajenos (qué mal esa historia de los jubilados franceses que murieron en el estanque de Banyoles)... En un banco cercano dormía una familia al completo. El padre acunaba sobre su panzota a dos niñas preciosas, y las elevaba y las bajaba con su respiración abdominal. La madre estaba tranquila en la otra esquina del asiento, soñando un sueño que me gustaría conocer. Cuando el público aplaudió el final de la actuación, el hombre elevó ligeramente un párpado tras sus gafas. Y bajó la persiana de nuevo.

Después de las fiestas de Gràcia tengo la sana costumbre de marcharme unos días a la tierra de la niebla para olvidarme de los tumultos humanos. Nos leemos al regreso.

Harén Fútbol Club 6 (Náufragos)


A principios de verano convencí a tía Patricia para que me prestara su finca lejana durante el mes de agosto. La llaman así porque el núcleo habitado más cercano está a casi veinte kilómetros de distancia. En las zonas no cultivables viven tejones nocturnos, serpientes que se enroscan al sol sobre las rocas a mediodía y pájaros carpinteros que arman jarana en los troncos de los nogales. Su paisaje es ideal para llevar a cabo una concentración deportiva. Si miras a la derecha ves una inmensidad de campos de alfalfa hasta alcanzar el horizonte. Y si miras a la izquierda, te encuentras con lo mismo.

En la finca hay una masía que parece deshabitada. El techo se mantiene firme en muchas partes de la construcción, y en los días de lluvia apenas se forman goteras. No hay agua corriente, pero el canal pasa a escasos metros de la vivienda. Ni teléfono fijo, y dudo que exista cobertura para los móviles. La casa carece de luz artificial (existe un generador de electricidad Berlan con motor de gasolina, para urgencias), aunque no se echa de menos si te acuestas cuando se pone el sol. Así nos ahorramos ver la tele o escuchar discos de vinilo en la gramola. Aunque quedamos con Atikus que llevaría su guitarra a la concentración, y yo mi banjo para amenizar las veladas con sesiones country.

Me pareció que era el lugar ideal para comenzar los entrenamientos del equipo de fútbol. Así que durante el mes de julio, dos trabajadores de tía Patricia me ayudaron a reparar los desperfectos de la masía. La cocina de leña vuelve a funcionar; la puerta de la despensa cierra de forma hermética, para evitar que los malditos roedores devoren los paquetes de arroz y pasta; los veintitrés colchones de heno fresco de las jugadoras están alineados en cinco habitaciones (Atikus y yo disponemos de dormitorios individuales). Incluso construimos cuatro duchas exteriores con chamiza para proteger a las futbolistas de miradas indeseables, y un moderno sistema para refrescarse que consiste en tirar de una cuerda y que un cubo de agua fría del canal elimine el sofoco del cuerpo.

Finalmente aplanamos un campo de cereales en desuso con la motoniveladora Caterpillar, y marcamos las líneas de un terreno de fútbol pequeño de 45 por 90 metros. Todo estaba a punto a mediados de julio con casi veinte jornadas de adelanto respecto a la fecha prevista para la concentración. Le pedí a Atikus que viniera dos días antes del cuatro de agosto. Me interesaba conocer su impresión sobre las instalaciones deportivas, unificar criterios a la hora de entrenar, marcar ciclos para aumentar la carga de esfuerzo...

Apareció en la estación de tren con poco equipaje (incluida la guitarra), como exige la austeridad masculina. Y pedimos un taxi para que recorriera los veinte kilómetros hasta la finca lejana. Vimos alejarse al vehículo de alquiler entre la alfalfa quemada por el sol de agosto, y nos quedamos aislados del mundo. No importaba: el día cuatro aparecerían las veintitrés jugadoras montadas en mil coches distintos para acercarnos a la ciudad si nos apetecía. Atikus (que tiene esa expresión de hombre justo de Gregory Peck en Matar a un ruiseñor) dijo que no estaba completamente seguro (dijo "completamente seguro", para no ofenderme) de que un grupo de mujeres jóvenes y llenas de vida fueran felices allí. Claro que todavía no le había mostrado el camino a la fuente del tordo. Esa fuente es preciosa. Mucho mejor que una discoteca de la costa.

El lunes, cuatro de agosto, era el gran día. Me senté con el segundo entrenador en la cuneta de la carretera local esperando la caravana de vehículos procedente de distintos puntos geográficos. Vendrían montadas en opels rojos, en renaults plateados, en smarts oscuros... Morenas, con cuerpos aceptablemente moldeados, con piernas no tan alejadas a las de una futbolista, con ganas de aprender. Nuestra nueva pequeña mascota Bruc (un teckel enano pero inteligente) aparecería en la furgoneta de su dueña con gafas de sol y un foulard pijo en su cuello, en plan Snoopy. El sol era duro y se escuchaban las cigarras refugiadas en la alfalfa. En toda la tarde sólo pasó una furgoneta cargada de temporeros desilusionados, y la moto Vespino de un regante. Atikus anunció que, en breve, aparecería una avioneta fumigadora para atacarnos en esa carretera polvorienta.

Se hizo de noche y estábamos solos. No era lo previsto. Con dos semanas de antelación, mandé a todo el equipo de futbolistas un email con instrucciones minuciosamente detalladas para llegar al stage: "Toma la carretera a la tierra de la niebla, y recorre unos centenares de kilómetros (en función de dónde vengas), después desvíate a la derecha cuando hayas dejado atrás ese internado privado femenino de monjas. Sigue el camino junto al canal hasta que los frutales desaparezcan para dar lugar a los campos de gramíneas. Entonces busca una masía que parece abandonada, y reduce la marcha. Estaremos en la cuneta esperándote". Así de claro.

5 de agosto.

Seguía sin venir nadie. Atikus y yo salimos a correr un rato por la mañana, hablando de los pájaros que veíamos. No encontraba el equivalente en castellano, así que el segundo entrenador comenzó a aprender catalán a base de aves. Después nos sentamos en el comedor y dibujamos en un cuaderno estrategias de ataque y defensa para el equipo. El intercambio de funciones entre extremos y laterales será importante en el HFC. Comimos arroz blanco con salsa de tomate y un huevo frito (en el corral hay siete gallinas ponedoras) coronando la montaña. Después de la siesta, nos sentamos un rato en la cuneta, esperando. Yo fumaba, y él arrancaba espigas para enviar flechas contra nadie. No apareció ni el diablo.

6 de agosto.

Nos picaba la barba después de varios días sin afeitarnos. El sol nos estaba convirtiendo en ciudadanos del tercer mundo. La anécdota del día era que vimos salir de su madriguera a una liebre. Levantó sus orejas al vislumbrarnos contra el astro, y se escapó meciendo los tallos de alfalfa a su carrera. Seguimos practicando footing en el campo y trazando jugadas ensayadas en la casa. Y por la tarde regresamos a fumar y a lanzar espigas contra el asfalto de la carretera fantasma. Atikus llevaba peliculas en CD para los ratos libres, que se quedaron en las fundas, porque ni teníamos reproductor de films, ni disponíamos de electricidad.

8 de agosto.

Dos días sin noticias del mundo exterior (el último mamífero vivo que contemplamos fue la liebre). A media mañana pasó un avión muy alto en el cielo. Corrimos por un sendero de tierra agitando las camisetas en nuestras manos, sin posibilidad de obtener respuesta de ellos. Ni siquiera nos regalaron un toque de bocina. Hacía dos días que no regresábamos a la carretera en espera de los bólidos de las jugadoras. Atikus seguía suficientemente cuerdo. Me obligaba a pasar por la ducha cada mañana y tirar del cubo con agua congelada del canal sobre mí. Por la noche sacó una botella de whisky. La había traído a escondidas, porque sabía que sólo estaba permitida el agua y la leche en la concentración. Tomó dos vasos de la repisa y me sirvió un trago, dándome una palmada en la espalda. De ánimo.

10 de agosto.

Teníamos provisiones para tiempo. Pero el arroz blanco y los macarrones con salsa de tomate habían agotado nuestro entusiasmo inicial. Escuchamos un motor lejano en la carretera. Tras correr hacia él, con nuestras barbitas de chivo y las ropas de deporte que se fueron ajando hasta hacernos parecer náufragos, detuvimos con las astas de nuestros brazos una furgoneta de temporeros extranjeros que no nos entendían. Interpretamos que ellos buscaban una finca perdida, y nosotros intentamos suplicarles que nos acercaran a la ciudad lejana. Ante la imposibilidad de comunicación, arrancaron de nuevo el motor y nos dejaron solos en esa llanura que aparecía en su retrovisor.

11 de agosto.

Últimamente hablábamos poco Atikus y yo. Creo que ésta no era el tipo de experiencia que esperaba encontrar en su desplazamiento desde Madrid. Yo tampoco. Al menos conseguí sacarle a pasear a media mañana. Las mariposas intentaban posarse en nuestras barbas de náufrago, pero las espantábamos con el revés de nuestras manos. Le pregunté si le había gustado el trayecto hasta la fuente del tordo. Entonces me fijé en sus piernas. Le comenté que las tiene bonitas. Era una frase sin mala intención. Por la noche escuché arrastrar el antiguo armario de casada de tía Patricia en su dormitorio. Creo que atrancó su puerta.

12 de agosto.

Atikus sigue encerrado, y nadie aparece por la carretera. Intentaré arrancar el motor de la motoniveladora Caterpillar. Es lenta, pero en unas horas me acercará a la ciudad, y podré enviar nuevos emails a las jugadoras. Les hablaré de las comodidades de nuestras instalaciones, del campo de juego coqueto. Seguro que mañana mismo comienzan a llegar una tras otra. Recordad, pasado el colegio de monjas seguís el canal. No tiene perdida. Estamos ahí, como náufragos. Un poco enloquecidos, acaso.

Marnie


Todos tenemos (o hemos tenido en el pasado) amistades peligrosas. Hace años conocía a un tipo que podía suministrarte lo que quisieras (sin preguntar el origen) aunque no te hiciera falta. Un tipo espabilado. En esa época él era el rey de la noche y me venía bien ante las chicas que me chocara la mano de esa manera extraña. Me hacía sentir cool, pero no éramos más que dos pelagatos.

Luego conocí a A. Pensé que era la ladrona que me había vaciado el piso. Siempre mostraba una mirada perdida y azul como la de la protagonista de Marnie (1964) de Alfred Hitchcock. Su pasado había sido complicado como el de la protagonista de Marnie. Tenía copia de mis llaves, y la cerradura no había sido forzada. Pero no le conté mis sospechas a la policía porque, en el fondo, Marnie me gustaba. Leí mil libros sobre cleptomanía en la biblioteca de la Facultat de Psicologia para intentar ayudarla. Obviamente no se dejó, porque ni era cleptómana, ni había asaltado mi vivienda (eran simples ensoñaciones mías). Y cuando, pasado el tiempo, le he ido recordando la historia, siempre acaba asegurando que tengo una imaginación enfermiza.

Después apareció M. Ladrona, secuestradora, pasante de joyas robadas. Una perla de ojos grises y cabello corto y canoso, recién salida de la cárcel a sus sesenta y cinco años. Me narró historias increíbles, mientras me preparaba croquetas caseras (siempre le hacía probar una, por si las moscas). Nunca acabamos de ser amigos de verdad, porque su desconfianza disparaba la mía.

No había tenido nuevas amistades peligrosas, hasta que la mujer elegante me presentó a una conocida suya en un encuentro imprevisto. Ayer coincidí de nuevo con ella, por casualidad, en unos almacenes. Tenía la mirada perdida y azul de la protagonista de Marnie. Nos saludamos de manera algo impersonal, mientras manteníamos una distancia prudente entre nosotros. Pero me preguntó si podía acompañarla a la tercera planta, sección de calzado. El día que explicaron el significado de la palabra NO en la escuela, estaba en la cama con sarampión. Se probó unas sandalias italianas estupendas que costaban ciento veinte euros. Caminó con ellas entre las estanterías. Le sentaban bien. De repente, puso discretamente sus zapatos usados en mi bolsa de plástico con el cartón de tabaco que acababa de comprar. "Tu no diguis res". Estaba dispuesta a robar las sandalias. Me pidió que saliera del establecimiento mostrando naturalidad, y la esperara frente al Museu Marés. Se alejó lentamente de mí, y de las dependientas, haciéndose la distraída mientras parecía buscar algún producto que le gustara. La perdí de vista. Seguí sus instrucciones, y salí sin problemas con su calzado viejo perfumando mi West light. La esperé un buen rato fumando nervioso frente al patio del museo, hasta que apareció con su mirada de Marnie y una sonrisa enorme en el rostro. Daba pasitos de baile con su nuevo calzado caro, cuyo precio había conseguido rebajar hasta cero.

-I si haguessin pitat?
-Hauria improvisat alguna història complicada. Com més complicada millor.


Ese tipo de personas siempre me ha magnetizado. Las observo con expresión seria, y escucho sus estrategias, sus cuentos que te engañan como a un chino. Siento envidia de no ser como ellas. Salvaje. Tomamos un par de cervezas en una terraza agradable para celebrar el éxito. Cuando yo iba a pagar la cuenta, me dijo que guardara el dinero. "Convido jo", y me arrastró de la camiseta, exigiéndome que caminara despacio hacia la salida, sin llamar la atención de los camareros. Cervezas gratis en Barcelona.

Estaba contenta por las sandalias italianas, y porque le habían ingresado la devolución de la Renta. Me invitó a cenar comida libanesa. Entre tabulés y arais, Marnie me contó su vida, su pánico al color rojo, su repulsión ante el contacto físico. Me habló de su caballo Forio. Creí sólo lo que pensé que debía creer (no soy tan simple como parezco). Esta vez, y por primera vez en toda la tarde-noche, estaba dispuesta a pagar. Pero el torpe camarero árabe tardaba en traer la cuenta. "Fem un sinpa (sin pagar)?", me preguntó. "Un altre?". "No ho trobes emocionant?". "Et dic la veritat?". "No cal, ja la sé". Nos levantamos de la mesa de manera decidida, y caminamos aparentando estar relajados por el boulevard fresco, esperando que nos detuviera una mano en el hombro. No llegaba, pero yo la presentía, en cualquier momento, posada en mi espalda. Una mano grande, enorme, de gigante beduino. Me dijo: "Ho estàs fent bé, sembles tranquil, ara no caiguis rodó que ja falta poc per desaparèixer de la seva vista".

Al doblar la esquina, sentí que necesitaba un trago de algo fuerte. Estaba a punto de comentárselo a Marnie, pero me contuve a tiempo. Demasiados sinpas para una sola jornada.

Harén Fútbol Club 5 (Tenemos cartel, y a una nueva jugadora).


Atikus es quien se ha calzado las botas más temprano en esta aventura futbolística. Hace semanas, la defensa central Rita y la pibote defensiva MK (las gamberras del equipo) inundaron el buzón de correo electrónico del pobre segundo entrenador con emails exigiendo que creara un cartel para nuestro equipo (algunos eran incluso amenazadores). Ese madrileño, además de tener paciencia, es creativo. No hizo un esbozo para salir del paso, creó dos. (Muchas gracias, amigo -una palabra que utilizo con cuentagotas.) ¿Cuál os gusta más?












Nos falta la equipación. Sé que ha habido propuestas para crearla, pero quiero que la haga la mejor diseñadora de ropa que conozco: Emily. No voy a dar ideas, pero tengo su dirección de gmail y no siempre soy discreto con esas cosas. Quizá la defensa central Rita y la pibote defensiva MK (las gamberras del equipo) tienen ganas de inundar su buzón de correo electrónico exigiendo que imagine un uniforme para nuestro equipo.

También he recibido comentarios, emails y llamadas telefónicas explicando que os estáis poniendo en forma en vuestras vacaciones. Me gusta. Falta poco para la concentración del cuatro de agosto, y parece que comenzaremos con buen tono físico.

Tengo una última noticia. Incorporaremos a una tercera portera al Harén Fútbol Club: Silenci. Es joven, pero espabilada. Una guardameta por descubrir. Espero que Xurri la ayude a adquirir experiencia en ese puesto tan exigente.

PD: La canción es cortesía de Alatrencada, que hace siglos que no actualiza su blog. No quiero dar ideas, pero tengo su dirección de hotmail y no siempre soy discreto con esas cosas. Quizá la defensa central Rita y la pibote defensiva MK (las gamberras del equipo) tienen ganas de inundar su buzón de correo electrónico con emails exigiendo que vuelva a narrar historias.